24/12/12
Y el universo se volvió transparente...
27/11/12
En quince o veinte años...
¿Tendré un vehículo particular? Si creo que lo tendré, ¿cómo será?
¿Viajaré a largas distancias en mis vacaciones?
¿Dónde trabajaré?
¿Cuál será el coste de la energía para cocinar, calentar y moverse?
¿Cómo será la medicina?
¿Cómo serán los cuidados de los mayores y los niños?
¿Cómo educaremos a nuestros niños?
¿Qué típo de régimen político habrá?
21/10/12
¿Oriental?
Sí. Hay un libro muy bueno, de Jean-François Revel, en el que explica que, viviendo en una casa muy moderna por la que desfilaban las más importantes eminencias y personalidades culturales, le sorprendió ver que era compatible ser sabio con ser un ladrón o un hijo de puta. Entonces descubrió que le gustaba el budismo porque allí la sabiduría consiste en vivir de una determinada manera y no en decir unas determinadas cosas. De hecho, los sabios de la Antigua Grecia no pretendían solamente tener luminosas ideas, sino vivir de una manera adecuada a esas ideas. Y a esos efectos soy bastante clásico. Si la vida de una persona es un clamoroso disparate yo no le creo y si resulta que es un gran creador, me siento muy prejuzgado hacia él. Un tiene que ser honesto en la vida, no en su discurso. El otro día me decía Mario Vargas Llosa hablando de la ficción "Fíjate, leo Madame Bovary y aún soy capaz de llorar" y claro, me quedé con ganas de preguntarle "¿Pero a que si le pasa a tu vecina no lloras?". Y es ahí donde habría que llorar. En ese sentido tengo muchos problemas para separar a la gente que conozco de su obra.
Iñaki Gabilondo en Jot Down:
http://www.jotdown.es/2011/09/inaki-gabilondo-la-democracia-es-una-herramienta-capital-pero-esta-ronosa/
7/10/12
La llamada
29/9/12
Peligrosas debilidades del pensamiento
22/9/12
El geógrafo
El mito de la máquina
Lewis Mumford
21/8/12
Vuelve ETA
6/8/12
Piramide invertida de la opresión
24/7/12
Recortes
26/5/12
14/5/12
No nos representan
7/4/12
Abracadabra
Pienso que la clave del capitalismo es la misma que la de la magia: crear una ilusión ocultando el truco. El capitalismo, como la magia, está lleno de dobles fondos, trampillas, pequeños pájaros sacrificados, innumerables trucos que invisibilizan los costes y consecuencias de su funcionamiento, y hacen creer que lo imposible es posible. Y aunque todos sabemos que hay truco, no queremos conocerlo.
Quién ha abandonado ese monitor cree en la magia: el monitor apareció un día por arte de magia en una tienda, y desaparecerá por arte de magia del cuarto de la basura. Sin más, sin otra consecuencia.
Y un segundo pensamiento: hasta no hace mucho, viejo era sinónimo de inútil. Ya no. Ahora viejo es sinónimo de pasado de moda. Mundo raro este en que lo útil ya no tiene valor.
6/4/12
El que la hace la paga
El que la hace la paga. Tienes que ser responsable y hacerte cargo de las consecuencias. Los responsables pagarán por ello.
Del hablar común hay que desconfiar porque nos acerca a la verdad por un estrecho camino. Dejando de lado esta objeción –no menor-, queda esa verdad a la que el hablar se refiere: en lo que nos ocupa, que la justicia no es otra cosa sino la reparación de una deuda. La ley, así las cosas, no es más que el acuerdo sobre fijación de precios vigente en cada momento para saldar esa deuda, un acuerdo hasta cierto punto arbitrario, convenido y pactado, cambiante, sujeto a modas. Pero la variabilidad histórica en el acuerdo no hace menos cierta la verdad anterior: la justicia no es sino la reparación de una deuda.
Vivimos en un mundo que hace tiempo abandonó cualquier ideal de justicia a favor de formas más o menos disimuladas de rapiña. Sin embargo, quizás por una cuestión de formas (o sea, de hipocresía), nuestro hablar sigue hablando de ella. Así, los ególatras, narcisistas y psicópatas que suelen dirigir las instituciones empresariales, financieras o estatales que nos conducen derechitos al desastre, hablan de las “responsabilidades del cargo”, o sea, de la deuda que tenemos con ellos. Han conseguido convencernos de que dirigir lo que sea en beneficio propio nos hace al resto deudores hasta un extremo tal, que cualquier remuneración monetaria está justificada para saldar esa deuda.
Se trata del único caso en que responsabilidad y acreedor de la deuda coinciden en el mismo sujeto. O sea, que aquí el responsable cobra en lugar de pagar. Lo asombroso es que la cosa cuela, lo que dice muy poco del resto de nosotros.
Algunas objeciones: la responsabilidad no es un atributo de la posición -el padre, el jefe-, sino la consecuencia de un acto previo. Y si la responsabilidad es la consecuencia de un acto, ¿hemos de entender acaso, que estamos pagando por adelantado a unas personas por las consecuencias que sobre esas mismas personas tendrán los errores que cometan en el futuro? Basta con mirar alrededor para ver que esto no es así: en el pago por la responsabilidad hay pago, pero no hay responsabilidad. Se cometen errores, claro, pero somos el resto los que pagamos, mientras los responsables se desentienden, e incluso, en un último acto de cinismo, nos devuelven la responsabilidad al resto -jefes culpando a los empleados de los malos resultados, banqueros culpando a los ciudadanos por endeudarse, políticos hablando de un vivir por encima de no sé qué posibilidades, entrenadores culpando a los jugadores, y podríamos seguir-. Visto que no era responsabilidad lo que estábamos pagando, ¿qué era entonces?
Hay una alternativa a esta forma de hacer las cosas. Se trata de una alternativa mucho más difícil, pero también más justa y verdadera: desconfiar de los farsantes que acarrean “la pesada carga de la responsabilidad”. No delegar y distribuirnos esa carga colectivamente. Hay una razón poderosa para ello: es mucho más fácil ser injusto con los demás que serlo con uno mismo.
29/3/12
Tres apuntes sobre la huelga
Otra oyente dice: "a pesar de que soy universitaria, tengo un empleo precario".
Un grupo de ciclistas corta la M-30. La policía, deja hacer y se limita a hacer gestos a los automovilistas para que se tranquilicen.
17/3/12
13/3/12
El gran juego
El negocio y su lenguaje lo invaden todo. Esa forma de ser y de estar va imponiéndose en todos los ámbitos de la vida, desde la política a la pareja, desde el colegio al hospital, desde el agua a la semilla. Es difícil encontrar una respuesta peor a las necesidades humanas, y una práctica más hostil hacia la lógica de la vida, lo que hace difícil de comprender el éxito que ha alcanzado. La soberbia, el cinismo, el narcisismo, la avaricia, la pereza, los pecados en fin, han sido los sospechosos habituales a los que atribuir su empuje y el éxito de su carrera delictiva. Sin dejar de ser cierta, esta explicación es insuficiente. Entonces, ¿qué atrae a tantos hacia algo tan destructor y tan nihilista?
Antes de nada, convengamos en que, en general, la vida en el mundo es dura, precaria, difícil, y que el mundo rara vez nos da lo que anhelamos (salvo que uno haya educado la atención, también es cierto). No es que el mundo sea hostil, es que sencillamente es indiferente hacia nosotros.
Hace veinte años, Mihaly Csikszentmihalyi publicó Fluir, un texto en el que definía el concepto de flujo como ese sentimiento profundo de disfrute que hace que las personas gasten gran cantidad de energía en una actividad. Csikszentmihalyi identifica ocho componentes básicos para que ese disfrute ocurra:
- La experiencia sucede cuando tenemos una oportunidad de lograr la tarea (1).
- Debemos ser capaces de concentrarnos en lo que hacemos (2).
- La tarea tiene unas metas claras (3), y una retroalimentación inmediata (4).
- Uno actúa sin esfuerzo, con una profunda involucración que aleja de la conciencia las preocupaciones y frustraciones de la vida cotidiana (5).
- Las experiencias agradables permiten a la personas ejercer un sentimiento de control sobre sus acciones (6).
- Desaparece la preocupación por la personalidad (7)
- El sentido de la duración se altera (8).
El autor añade que una proporción abrumadora de experiencias óptimas ocurre dentro de secuencias de actividades que se hallan dirigidas hacia una meta y reguladas por normas. Lo interesante del asunto es que Csikszentmihalyi identifica unas condiciones que carecen por completo de cualquier connotación moral. La condición de flujo puede alcanzarse realizando actividades moralmente buenas, o moralmente repugnantes.
A la vista de la teoría de Csikszentmihalyi, no es difícil ver que la naturaleza de los negocios hace de ellos un territorio tan bueno para originar experiencias de flujo como el ajedrez o la cocina. Que además de eso ratifique los delirios narcisistas, exija unas buenas dosis de cinismo, proporcione innumerables estrategias de compensación de complejos y, además, proporcione ese bono convertible en casi cualquier cosa que es el dinero, no hace sino añadir razones para el éxito. Que sea un éxito inmoral y nihilista es otro asunto, pero desde la perspectiva de Csikszentmihalyi, un asunto tan disparatado como una sociedad sustentada en los negocios, tiene sentido (aunque sea una sociedad delirante).
Pero hay un problema: una inmensa proporción de los jugadores (los trabajadores, los pobres, los explotados, los que se hacen cargo de las consecuencias), se niegan a participar. Participamos obligados, sí, pero sin creernos las reglas, cuestionándolas. Y eso resta disfrute a los que han hecho de este juego su forma de vida. Hasta ahora les había bastado con explotarnos, pero ahora todos esos jefes entregados “necesitan” que nosotros nos creamos el papel que representamos para poder creerse ellos mismos el suyo, como aquel rey desnudo… y es entonces cuando alguien se acuerda del compromiso.
Hace poco oía a un jefe clasificar a los empleados en dos grupos: los que “solo hacen su trabajo” y los que “se comprometen”. Hay una primera lectura de esta división: uno siempre puede demostrar que ha hecho su trabajo (y esto es una sólida línea de defensa). ¿Pero el compromiso? ¿Cuándo demuestra uno suficiente compromiso? Como le sucede a las mujeres maltratadas, uno nunca está a la altura (lo que nos deja a merced de los caprichos arbitrarios del maltratador): “no me quieres suficiente” dice él, “¿qué puedo hacer para arreglarlo?”, responde ella. No importa cuánto se haga, porque nunca es suficiente. Ese es el lugar en el que nos quieren: siempre por debajo de lo que se espera; siempre obligados a esforzarnos un poco más. Así es como hay que entender el compromiso: como un chantaje.
Pero hay una segunda lectura, más interesante quizás: el trabajador que “solo hace su trabajo” niega al trabajo cualquier otro valor que no sea el de un medio (bastante indeseable, por otro lado) para alcanzar los verdaderos fines que desea, siempre localizados fuera del negocio. Esta visión es un grito al oído del rey: “!estás desnudo!”. Sin embargo, al conseguir su compromiso, al convencer al incauto de que sus objetivos personales son los de la empresa, ya no hay voces molestas que hablen de un mundo más allá de ese que proporciona tanto placer, tanto disfrute a unos pocos (a costa de todos los demás, y de todo lo demás). Al comprometer a los peones, el rey hace del tablero el único mundo verdadero. La fantasía se impone sobre la realidad, como la única realidad.
Por supuesto, como todo en este juego, se trata de un compromiso falso, al servicio, de nuevo, del narcisismo, o de cualquier otro complejo cuya curación requiera algún esfuerzo. Ahora bien, al comprometerse con unos objetivos personales que no lo son, lo que se hace es dificultar la comprensión del conflicto. El trabajador que “solo hace su trabajo” comprende que el conflicto se establece entre el trabajo y todo lo que el trabajo impide (vivir, sin ir más lejos). El trabajador “comprometido” tampoco vive, pero es su compromiso el que le impide comprender: siempre ve en la organización defectuosa, el jefe incapaz o los compañeros perezosos, el origen de la dificultad en realizar sus objetivos. Como se equivoca al identificar el conflicto, su frustración no tiene fin. Le han robado hasta la posibilidad de soñar un propósito significativo para su propia vida.
Nos reiríamos de cualquier actor que afirmase ser el verdadero Hamlet, y sin embargo, somos incapaces de ver el público que atiende, asombrado, a esta obra delirante en que hemos convertido el mundo. Ninguna locura ha impedido, hasta el día de hoy, que llegado el momento el telón caiga.
25/2/12
Desarrollo a escala humana
¿Y qué pasará en el futuro? Con respecto a este tema, me gustaría compartir con ustedes la idea de un buen amigo mío, el distinguido ecólogo argentino Dr. Gilberto Gallopin, que ha propuesto tres posibles versiones del futuro.
La primera es la posibilidad de la extinción total o parcial de la especia humana. la forma más obvia de que esto ocurra es a través de un holocausto nuclear, el cual, según sabemos, se basa en el principio de la Destrucción Mutua Asegurada. Pero además del holocausto nuclear, hay una serie de procesos actuales que pueden causar dicha situación: el deterioro del medio ambiente, la destrución de los bosques, la destrucción de la diversidad genética, la polución de los mares, lagos y ríos, la lluvia ácida, el efecto invernadero, la reducción de la capa de ozono, y otros.
La segunda posibilidad es la barbarización del mundo. Algunas características serían el surgimiento de burbujas de enorme riqueza, rodeadas de barricadas o fortalezas para proteger esa riqueza de los inmensos territorios de pobreza y miseria que se extienden más allá de las barricadas. Es interesante destacar que esta versión aparece cada vez más en la literatura de ciencia ficción de la última década. Es como la atmósfera de Mad Max, tan brillantemente descrita por los australianos en este film. Muchos de estos síntomas ya se encuentran en algunas actitudes mentales y en la existencia real de áreas aisladas para los muy ricos, que no quieren contaminarse visual, auditiva o físicamente con la pobreza. Un componente de esta versión será el resurgimiento de regímenes represivos, que cooperarán con las élites ricas e impondrán condiciones de vida cada vez peores para los pobres.
La tercera versión presenta la posibilidad de una gran transición –el pasaje de una racionalidad dominante de competencia económica ciega y de codicia, a una racionalidad basada en los principios de la solidaridad y el compartir-. Podríamos llamarlo el pasaje de una Destrucción Mutua Asegurada a una Solidaridad Mutua Asegurada. La pregunta es si podemos hacerlo. ¿Tenemos las herramientas, la voluntad y el talento para construir una Solidaridad Mutua Asegurada? ¿Podemos vencer la estupidez que hace que posibilidades como esa queden fuera de nuestro alcance? Creo que sí podemos, y que tenemos la capacidad. Pero no nos queda mucho tiempo.
Queremos cambiar el mundo, pero nos enfrentamos a una gran paradoja. En esta etapa de mi vida, he llegado a la conclusión de que no soy capaz de cambiar el mundo, ni siquiera una parte de él. Solo tengo el poder de cambiarme a mí mismo. Y lo fascinante es que si decido cambiarme a mí mismo, no hay fuerza policial en el mundo que pueda impedirme hacerlo. La decisión depende de mí, y si quisiera hacerlo, puedo hacerlo. Pero el punto fascinante es que si yo cambio, puede ocurrir algo en consecuencia que conduzca a un cambio en el mundo. Pero tenemos miedo a cambiar. Siempre es más fácil intentar cambiar a los otros. La enseñanza de Sócrates fue: “conócete a ti mismo”, porque sabía que los seres humanos tienen miedo a conocerse. Sabemos mucho de nuestros vecinos, pero muy poco sobre nosotros mismos. Entonces, si simplemente pudiéramos cambiar nosotros mismos podría darse la posibilidad de que algo fascinante pueda suceder en el mundo.
Espero que llegue el día en que cada uno de nosotros sea lo suficientemente valiente para poder decir, con toda honestidad: “soy, y porque soy, me volví parte de…”. Me parece que este es el camino correcto a seguir si queremos poner fin a una manera estúpida de vivir.
Desarrollo a escala humana.
Manfred Max-Neef
17/2/12
David Icke
David Icke
11/2/12
Acceso no autorizado
Acceso no autorizado, Belén Gopegui.
3/2/12
El talón de hierro
"Verá que los poderosos están convencidos de la justeza de sus acciones. Esto es lo más grave y absurdo de toda la situación. Es algo tan íntimo a su naturaleza, que son incapaces de hacer algo que no consideren correcto. Han de justificar siempre sus actos.
Cuando tratan de realizar algo, algún negocio, por supuesto, le dan vueltas en sus cabezas hasta que encuentran una justificación religiosa, ética, científica o filosófica que les asegure de lo correcto del proceder. No importa de qué se trate, la sanción moral acaba llegando. Se sirven de una casuística elemental, jesuítica; siempre ven en el mal que puedan hacer los beneficios que pueden resultar de él. Una de las ocurrencias más axiomaticas a la que han llegado es la de que son superiores al resto de la humanidad en talento y eficiencia. De ahí proviene su idea de que proporcionan el pan y la mantequilla al resto de la humanidad. Han resucitado las antiguas teorías del derecho divino de los reyes, en su caso un derecho mcercantil.
La debilidad de su postura es que se trata simplemente de hombres de negocios; no son filósofos. No son biólogos ni sociólogos. Si lo fueran, por supuesto que todo marcharía mejor. Un empresario que fuera también biólogo o sociólogo estaría más próximo a conocer las acciones más adecuadas para regir la humanidad. Pero fuera de su actividad lucrativa, son profundamente ignorantes. No tienen ni idea de en qué consiste la sociedad, y la humanidad les es ajena, pero se consideran ellos mismos como los regidores del destino de millones de hambrientos y de todos los seres socialmente derrotados. Algún día, la historia se mofará de toda esta maraña."
El Talón de Hierro, Jack London (publicada en 1908).
8/1/12
Los papalagi y las cosas
Dice Tuviavii de Tiavea sobre los hombres blancos (los Papalagi):
Es signo de gran pobreza que alguien necesite muchas cosas, porque de ese modo demuestra que carece de las cosas del Gran Espíritu. Los Papalagi son pobres porque persiguen las cosas como locos. Sin cosas no pueden vivir. Cuando han hecho del caparazón de una tortuga un objeto para arreglar su cabello, hacen un pellejo para esa herramienta, y para el pellejo hacen una caja, y para la caja, una caja más grande. Todo lo envuelven en pellejos y cajas.
Hay cajas para taparrabos, para telas de arriba y para telas de abajo, para las telas de la colada, para las telas de la boca y otras clases de telas. Cajas para las pieles de las manos y las pieles de los pies, para el metal redondo y el papel tosco, para su comida y para su libro sagrado, para todo lo que podáis imaginar. Cuando una cosa sería suficiente, hacen dos. Si entras en una cabaña europea para cocinar, ves tantos recipientes para la comida y herramientas que es imposible usarlos todos a la vez. Y por cada plato hay un tanoa distinto: uno para el agua y otro para el kaua europeo, uno para los cocos y otro para las uvas.
Hay tantas cosas dentro de una choza europea, que si cada hombre de un pueblo samoano se llevase un brazado, la gente que vive en ella no sería capaz de llevarse el resto. En cada choza hay tantos objetos que los caballeros blancos emplean muchas personas sólo para ponerlos en el sitio que les corresponde y para limpiarles la arena. Incluso las taopou de alta cuna emplean gran cantidad de su tiempo en contar, rearreglar y limpiar todas sus cosas.
Todos vosotros sabéis, hermanos, que cuento la verdad que he visto con mis propios ojos, sin añadir a mi historia ninguna opinión. Por eso creedme cuando os cuento que hay gente en Europa que presionan un palo de fuego en sus frentes y se matan, porque prefieren no vivir a vivir sin cosas. Los Papalagi turban de todos los modos posibles sus mentes y enloquecen pensando que el hombre no puede vivir sin cosas, como no puede vivir sin comida.
También por eso, nunca he sido capaz de encontrar una choza en Europa donde pudiera descansar del modo apropiado en mi estera, sin nada que estorbara mis miembros cuando quería estirarme. Todas aquellas cosas lanzan destellos de luz o gritan chillonamente con las voces de sus colores, de tal modo que no podía cerrar mis ojos en paz. Nunca hallé el verdadero reposo allí ni fue mayor mi nostalgia por mi cabaña samoana; esa cabaña en la que no hay nada más que una estera para dormir y un envuelve-cama, y donde nada te turba salvo la suave brisa del mar.
Los que tienen pocas cosas se llaman a sí mismos pobres o infelices. Ningún Papalagi canta o va por la vida con un destello en su mirada cuando su única posesiones un recipiente de comida como hacemos nosotros. Si los hombres y mujeres del mundo de los blancos residieran en nuestras cabañas, se lamentarían y afligirían, e irían a buscar rápidamente madera de los bosques y caparazones de tortuga, vidrios, fuerte alambre y llamativas piedras y mucho, mucho más. Y moverían sus manos de la mañana hasta la noche, hasta que la choza samoana estuviese llena de objetos enormes y pequeños que se rompen fácilmente y son destructibles por el fuego y la lluvia, y que por esto deben sustituirse todo el tiempo.
Cuantas más cosas necesitas, mejor europeo eres. Por esto las manos de los Papalagi nunca están quietas, siempre hacen cosas. Ésta es la razón por la que los rostros de la gente blanca parecen a menudo cansados y tristes y la causa de que pocos de ellos puedan hallar un momento para mirar las cosas del Gran Espíritu o jugar en la plaza del pueblo, componer canciones felices o danzar en la luz de una fiesta y obtener placer de sus cuerpos saludables, como es posible para todos nosotros.
Tienen que hacer cosas. Tienen que seguir con sus cosas. Las cosas se cierran y reptan sobre ellos, como un ejército de diminutas hormigas de arena. Ellos cometen los más horribles crímenes a sangre fría, sólo para obtener más cosas.
No hacen la guerra para satisfacer su orgullo masculino o medir su fuerza, sino sólo para obtener cosas. No obstante se dan cuenta del gran derroche que es su vida o no habría tantos Papalagi de alta posición que no hacen durante su existencia nada más que sumergir cabellos en zumos coloreados y con ellos formar bellas representaciones-espejo sobre esteras blancas.
Escriben todas las buenas palabras de Dios, tan brillantes y llenas de color como pueden. También moldean gente con arcilla blanca, sin ningún taparrabos; muchachas de movimientos libres, encantadoras como la taopou de Matautu e imágenes de hombres, blandiendo garrotes y acechando al pichón salvaje en el bosque. Gente hecha de piedra, para la que los Papalagi construyen enormes cabañas festivas, a las que la gente viaja desde enormes distancias para disfrutar de su gracia y belleza. Permanecen de pie enfrente de ellas, apretadamente cubiertos con sus taparrabos y tiritando. Yo he visto a los Papalagi lamentarse cuando admiraban la belleza que ellos mismos habían perdido.
Ahora el hombre blanco quiere hacernos ricos trayéndonos todos sus tesoros, sus cosas. Pero esas cosas son como flechas envenenadas, que matan a aquéllos en cuyo pecho se han introducido. Una vez oí, por casualidad, decir a un hombre que conoce bien nuestras islas: «Vamos a forzar nuevas necesidades en ellos». ¡Las necesidades son cosas! Y aquel sabio dijo más: «Entonces podemos ponerles a trabajar también fácilmente». Quería decir que tendríamos que usar la fuerza de nuestras manos para hacer cosas, cosas para nosotros mismos, pero principalmente cosas para los Papalagi. Debemos estar también cansados, encorvados y grises.
Hermanos de muchas islas, debemos mantener nuestros ojos muy abiertos, porque las palabras de los Papalagi saben como los dulces plátanos, pero están llenas de flechas escondidas que saldrán para matar toda la luz y alegría que hay en nosotros. No olvidemos nunca eso. Aparte de lo que nos ha dado el Gran Espíritu, precisamos muy poco.
Él nos dio ojos para ver las cosas, pero necesitáis más que todo el tiempo de nuestra vida para verlas todas. Y nunca pasó mayor mentira por los labios de un ser humano como cuando el hombre blanco nos dice que las cosas del Gran Espíritu tienen muy poco valor, pero que las cosas que ellos producen son más útiles y valiosas. Sus propios objetos, son numerosos, resplandecientes y brillantes, lanzan miradas seductoras a nuestro sistema de vida y se nos imponen, pero nunca hacen el cuerpo de un Papalagi más bello, sus ojos más brillantes o sus mentes más agudas. Ésta es otra razón por la que sus cosas tienen poco valor y las palabras que pronuncian y fuerzan violentamente nuestra consciencia, son pensamientos empapados de veneno, las eyaculaciones de un espíritu maligno.
2/1/12
25 razones
Hace unos días asistí a la celebración del 25 aniversario de la Asociación Cultural La Kalle. Como en todos los aniversarios, uno trata de comprender qué fue, saber qué es, y vislumbrar qué será. Qué fue y qué es La Kalle es cosa que trataron de explicar quienes son o han sido parte de ella. Sin embargo, el asunto del qué será se reconoce con inteligencia como una pregunta que ha de ser respondida de manera colectiva en el entorno de la asociación, y no solo por sus integrantes.
Pensando sobre el asunto, recordé algo que oí a un profesor de una escuela literaria: “no soy un buen escritor, pero soy el sustrato necesario para que otros lleguen a serlo”. Pienso que en esta afirmación se esconde una de esas 25 razones por las que se preguntó a la audiencia durante el encuentro.
Cuando uno suma dos más dos en la calculadora, el resultado siempre es cuatro. Por el contrario, cuando planta una semilla, ¿qué parte de toda la tierra es necesaria y qué parte es prescindible? ¿qué parte dará vida al árbol? No hay manera de saber qué semillas germinarán y cuales no. No hay manera de saber qué porción de tierra será la mejor para dar vida y cuál peor. No hay manera de saberlo a priori. Es el secreto de la vida frente a la lógica de la máquina.
A pesar de lo que dicen ciertas doctrinas, nuestra sociedad se rige por la lógica de la vida, no por la lógica de la máquina. La lógica de la máquina, aplicada a la sociedad, no busca sino el beneficio de unos pocos a costa de otros.
Cabe preguntarse entonces de qué personas podemos prescindir, qué talentos podemos desperdiciar. ¿Acaso sabemos qué talentos serán necesarios en el futuro? Uno de los más grandes errores que hemos cometido como sociedad ha sido el dejar en manos de la lógica del mercado la decisión sobre qué es necesario y qué no, quién es necesario y quien no. Frente a esa lógica, La Kalle trabaja con la convicción de que todos somos necesarios.
Asumir que uno trabaja a favor de esa lógica de la vida supone cuestionar ciertos supuestos. El más importante es, quizás, cuestionar el resultado como medida de lo que se hace. No se trata, por supuesto, de menospreciar el resultado, ni dejar de medirlo, sino de comprender, como sucede con la tierra que da vida al árbol, que somos uno más entre tantos factores. O dicho de otra manera: cuando medimos los resultados ¿qué estamos midiendo verdaderamente?
¿Qué hubiesen respondido nuestros padres si les hubiesen preguntado cómo seríamos hoy? ¿Nos pareceríamos a lo que ellos anticiparon? En unos casos sí y en otros no. Lo que es seguro es que era algo imposible de predecir. Lo que nos lleva a la pregunta fundamental: ¿qué nos hizo ser la persona que somos?
Nuestra vida no sigue una ruta establecida, y apenas somos capaces de explicarnos los cambios significativos que, unas veces con lentitud, y otras de manera repentina, hacen imposible cualquier predicción sobre quienes seremos. Esa incertidumbre en el resultado está en el centro del trabajo de colectivos como La Kalle. Y esa es la paradoja con la que han de convivir: su trabajo es necesario, sea cual sea el resultado.
Así que esta es, según creo, una de las veinticinco razones: ser un poco de sustrato fértil infiltrado en la tierra en la que habrá de crecer y desarrollarse la vida.