24/12/12

Y el universo se volvió transparente...

La vida es frágil. Es casi un lugar común hablar de la facilidad con la que cualquier pequeño evento acaba con ella. Eso nos angustia y nos entristece. Como todo, esa fragilidad tiene un reverso, un reverso luminoso que señala lo milagroso de que algo tan frágil llegue siquiera a suceder. Para verlo, basta con prestar atención al principio de la vida en lugar de a su final.

Es lo que hace Fred Spier en “El lugar del hombre en el cosmos”*. Desde el Big Bang hacia delante, Spier va describiendo la sucesión de condiciones especialísimas que, por acumulación, han dado lugar a la vida. Leyendo ese relato, uno no puede más que asombrarse de que algo como la vida haya llegado siquiera a existir. Es difícil hablar de la existencia de la vida sin pensar en lo milagroso. La vida como algo tan hermoso como improbable.

Esa improbabilidad, esa rareza cósmica que supone la vida, ese asombro ante el hecho de haber llegado hasta aquí, está detrás de todo el pensamiento religioso, y debería ser, de hecho, el principio del necesario cambio en nuestra forma de pensar que ha de darse si queremos que la vida de nuestra especia continúe.

Spier habla de complejidad, y habla de flujos de materia y energía, de cómo las formas de vida superiores necesitan hacer acopio constante de materia y energía, y señala también que la continuidad de la vida pasa por encontrar un equilibrio entre ese acopio y los límites físicos de nuestro planeta. Nuestra herencia evolutiva nos ha proporcionado los medios para alcanzar cotas de extracción de materia y energía inigualables para ninguna otra especia, hasta el punto de poder considerar a nuestra especie como un agente geológico de la magnitud de los ríos o de los volcanes. Hasta el punto de habernos convertido en nuestra mayor amenaza.

Frente a esa herencia evolutiva, hemos de enfrentar nuestra herencia cultural, y sobre todo la más asombrosa de nuestras cualidades del pensamiento: la capacidad de vernos desde fuera, de observarnos y aprender de esa observación. Y ahí, podemos recurrir, como siempre, al genio de los griegos: hoy, como nunca antes, el futuro de la humanidad pasa por elegir entre la hybris y la enkrateia, entre la desmesura y la contención.

Dos fragmentos del libro de Spier:

La mayor enseñanza filosófica, la impresión que más vino a sacudir los cimientos de nuestras ideas preconcebidas, fue contemplar la pequeñez de la Tierra… Ni siquiera las fotos logran transmitir ajustadamente esa conmoción, dado que siempre aparecen enmarcadas. Pero cuando uno echa un vistazo por la ventanilla del vehículo espacial, se puede ver poco menos que la mitad del universo.

Eso significa encontrarse frente a una negrura y una cantidad de espacio muy superior a la que jamás llegará a verse en una fotografía enmarcada… No se trataba solo de lo pequeña que era la Tierra, sino de lo grande que era todo lo demás. 

Declaraciones del astronauta del Apolo VIII William Anders.

Gracias a la neutralización del universo, la radiación dejó de encontrar obstáculos y comenzó a viajar libremente. En otras palabras, el cosmos se volvió súbitamente transparente.



* Más apropiado sería hablar del ser humano, o de la humanidad.

27/11/12

En quince o veinte años...

Propongo responder por escrito a las siguientes preguntas, y guardar la respuesta en un cajón para leerla dentro de quince años:

¿Tendré un vehículo particular? Si creo que lo tendré, ¿cómo será?
¿Viajaré a largas distancias en mis vacaciones?
¿Dónde trabajaré?
¿Cuál será el coste de la energía para cocinar, calentar y moverse?
¿Cómo será la medicina?
¿Cómo serán los cuidados de los mayores y los niños?
¿Cómo educaremos a nuestros niños?
¿Qué típo de régimen político habrá?

21/10/12

¿Oriental?

¿Oriental?

Sí. Hay un libro muy bueno, de Jean-François Revel, en el que explica que, viviendo en una casa muy moderna por la que desfilaban las más importantes eminencias y personalidades culturales, le sorprendió ver que era compatible ser sabio con ser un ladrón o un hijo de puta. Entonces descubrió que le gustaba el budismo porque allí la sabiduría consiste en vivir de una determinada manera y no en decir unas determinadas cosas. De hecho, los sabios de la Antigua Grecia no pretendían solamente tener luminosas ideas, sino vivir de una manera adecuada a esas ideas. Y a esos efectos soy bastante clásico. Si la vida de una persona es un clamoroso disparate yo no le creo y si resulta que es un gran creador, me siento muy prejuzgado hacia él. Un tiene que ser honesto en la vida, no en su discurso. El otro día me decía Mario Vargas Llosa hablando de la ficción "Fíjate, leo Madame Bovary y aún soy capaz de llorar" y claro, me quedé con ganas de preguntarle "¿Pero a que si le pasa a tu vecina no lloras?". Y es ahí donde habría que llorar. En ese sentido tengo muchos problemas para separar a la gente que conozco de su obra.


Iñaki Gabilondo en Jot Down:

http://www.jotdown.es/2011/09/inaki-gabilondo-la-democracia-es-una-herramienta-capital-pero-esta-ronosa/ 

7/10/12

La llamada

Un colectivo político gana las elecciones con una mayoría amplia. Su programa político está articulado alrededor de una idea fundamental: la política ha de contribuir al sostenimiento de la vida. A partir de este principio fundamental, y razonando acerca de cuestiones como el impacto de la velocidad y los recorridos de grandes distancias en el sostenimiento de la vida, ese colectivo incluyó en su programa electoral propuestas sobre movilidad en distintos ámbitos con la intención de transformar la economía hacia actividades de corta distancia y baja velocidad. Políticas de vivienda tendentes a acercar puesto de trabajo y residencia, políticas fiscales sobre el uso del vehículo basadas en kilometraje recorrido, políticas agrícolas para un suministro de ciclo corto en los alimentos, y un largo etcétera. Y, por supuesto, paralización de infraestructuras como autovías y trenes de alta velocidad.

Suspendamos temporalmente la opinión que tenemos sobre un programa político como este, bien sea esa opinión sobre el contenido, o sobre su factibilidad (precisamente lo que interesa aquí es cómo se forma esa opinión, antes que su contenido), y planteemos otra pregunta: ¿cómo reaccionaría el poder económico frente a un programa como este?, ¿cómo se anticipa a amenazas como esta?

Siguiendo con nuestro ejercicio de política ficción, ¿podemos imaginar una llamada del representante de la patronal de las constructoras que discurra en los términos siguientes al día siguiente de la victoria electoral?

“Señor Presidente, reciba en primer lugar mi más sincera felicitación por su reciente victoria electoral, así como la del resto de los miembros de esta patronal. Tras revisar detenidamente sus propuestas electorales, nos gustaría comentar con usted algunos aspectos que nos han causado cierta preocupación. Nos gustaría asegurarnos de que, llegado el momento de poner en marcha su programa electoral, ustedes tienen toda la información necesaria para tomar las mejores decisiones. Quizás haya aspectos de la política de infraestructuras que personas no familiarizadas puedan pasar por alto. Sepa, por ejemplo, que cada año las empresas de las que forma parte esta patronal facturan alrededor de unos tres mil millones de euros, dinero que permite a medio millón de familias pagar sus hipotecas, disfrutar de unas merecidas vacaciones, pagar el colegio de sus hijos, y las facturas. No le voy a negar que nos preocupa el impacto que pueda tener su programa en nuestra cuenta de resultados, pero como comprenderá, el grupo al que represento podría vivir durante muchas generaciones aunque cesasen mañana todas sus actividades económicas. En definitiva, nos gustaría hablar de estos y otros asuntos antes de que tome ninguna decisión precipitada que pueda tener unas consecuencias indeseables por todos, difíciles de corregir llegado el caso. Quedamos a su entera disposición para reunirnos con ustedes cuando lo estimen oportuno, si bien creemos que esta reunión debería producirse más pronto que tarde.”

Cuando pensamos en la relación entre el poder político y el económico, solemos pensar en términos de soborno. Es otra de las muchas conclusiones a las que el mensaje de los medios nos induce a pensar, porque en los medios de comunicación veremos al político corrupto que aceptó un sobre, pero nunca, jamás tendremos noticia de una llamada como esta. Pero existen (y hablamos de cifras decenas de miles de veces superiores a las de cualquier soborno, pero son cifras invisibles).

A la vista de lo anterior, creo que chantaje es una palabra más precisa que soborno para describir la relación entre política y poder económico. Las reglas de juego del sistema funcionan como un chantaje: si uno las sigue, el poder gana; si uno las cuestiona, el coste sería tan grande, que ninguna formación política podría permitírselo.

Nuestra mente es una poderosa máquina narrativa: no solo comprende muy bien las narraciones, sino que es capaz de construir narraciones para explicar lo que sucede. Pero esa característica de la mente es algo más que una habilidad: es a la vez un impulso y una limitación. Al explicar las cosas, necesitamos narraciones limitadas, coherentes, con un principio y un fin, una cronología, unos protagonistas, unas escenas. Pero la realidad es mucho más compleja de lo que podemos narrar. Por eso, entre otras cosas, el futuro de la Humanidad y nuestras fantasías sobre ese futuro están cada vez más alejadas.

La forma en la que el poder se ejerce es infinitamente más sutil de lo que la mayoría de nosotros estamos preparados para comprender. La idea de una conspiración de los poderosos se ajusta bien a nuestras preferencias por las narraciones, pero dista mucho de ser cierta. Ahora bien, que no exista una conspiración, no disminuye un ápice la capacidad de las élites económicas de dar forma a una realidad cada vez más estrecha para los de abajo y para la naturaleza, y más ancha para los de arriba, por mucho que una estructura así no pueda sostenerse durante mucho tiempo.

Una de las varas de medir las narraciones es eso que llamamos comúnmente “sentido común”. El sentido común es un artefacto cultural, tan variable como las culturas que le dan forma. Tiene menos que ver con lo que es verdad, que con lo que un grupo de gente considera verdadero en un momento de la historia. El sentido común es otro de los instrumentos que el poder trata de moldear a su servicio; al fin y al cabo, es el lugar desde el que la gente juzgará si tienen sentido o no programas electorales como el de nuestro colectivo político, o argumentos que cuestionan las creencias imperantes (cuando un argumento entra en conflicto con nuestras creencias, siempre tomaremos partido por nuestras creencias, por eso no existe poder que no intente inculcar un sistema de creencias que favorezca sus intereses).

El ejercicio explícito del poder es fácil de comprender, porque es fácil de narrar: es fácil comprender una escena de una persona amenazando a otra con un arma, o la escena de un servidor público aceptando un soborno, pero la construcción del sentido común es un asunto que no admite una narración simple, pero eso no lo hace menos importante. Todo lo contrario. El verdadero poder es un poder sutil, invisible, un poder que se ejerce con nuestra colaboración cuando admitimos como cierto todo aquello que el sentido común nos señala como posible.

El sentido común nos dice que el progreso es bueno, y nos dice que consiste en pasar de la carretera a la autovía, del tren convencional al de alta velocidad, de un coche de hace diez años a un coche nuevo… y lo dice porque desde siempre hemos visto en la televisión, o leído en los libros de texto cosas como que la energía nuclear ha supuesto un enorme avance para la humanidad. Cada vez más, el sentido común se sostiene sobre un conjunto de creencias antes que sobre un conjunto de observaciones. Nuestro sentido común, nuestras creencias se sostienen sobre la autoridad que el poder, empezando por nuestros mayores, otorgan al aprendizaje que proporcionan los libros de texto o los medios de comunicación. Nadie nos dijo nunca que lo que hay en esos libros es algo de lo que debiésemos sospechar. Como el chantaje, el sentido común es otro de los puntos de apoyo sobre el que el poder se ejerce (y no es un punto de apoyo menor).

Así que llegados aquí, conviene observar que la llamada imaginaria se hace desde el interés, y no desde el sentido común, por mucho que las razones expuestas pretendan hacerse pasar por razones sensatas. No existe una sola mentira que no trate de ampararse en razones que apelan al sentido común.

29/9/12

Peligrosas debilidades del pensamiento

La expresión “colapso civilizatorio” ha dejado de ser una idea para escritores de guiones de ciencia ficción para pasar a ser una forma razonable de describir el futuro a medio plazo de la humanidad. Entonces, ¿cómo es posible que sigamos viviendo de espaldas a esa idea? Para comprender nuestra actitud, una referencia enormemente útil es Pensar rápido, pensar despacio, de Daniel Kahneman. Una muestra de sus conclusiones: 

Las condiciones bajo las cuales eventos raros son ignorados o magnificados se entienden ahora mejor que cuando se ha formulado la teoría de las perspectivas. La probabilidad de un evento raro será sobrestimada (a menudo, no siempre) debido al sesgo confirmatorio de la memoria. Si pensamos en ese evento, intentaremos hacerlo verdadero en nuestra mente. Un evento raro será magnificado si atrae especialmente la atención. La atención separada queda efectivamente garantizada cuando se describen las perspectivas de modo explícito (“99 por ciento de probabilidades de ganar 1.000 dólares y 1 por ciento de probabilidades de no ganar nada”). La preocupación excesiva, las imágenes vívidas, las representaciones concretas y los recordatorios explícitos contribuyen a la magnificación. Y cuando no hay tal magnificación, habrá olvido. Cuando considera probabilidades raras, nuestra mente no está diseñada para ver las cosas correctamente. Estas son malas noticias para los habitantes de un planeta en el que podrían producirse eventos raros a los que ninguno de ellos ha asistido.

Pensar rápido, pensar despacio.
Daniel Kahneman.

22/9/12

El geógrafo

La propia naturaleza del hombre ha sido mantenida y formada constantemente por las complejas actividades, autotransformaciones e intercambios que se producen en todos los organismos; ni su naturaleza ni su cultura podemos abstraerlas de la gran diversidad de hábitats que los seres humanos han explorado, con sus diferentes formaciones geológicas, sus diversas capas de vegetación y sus distintas agrupaciones de animales (aves, peces, insectos, bacterias), todos en medio de condiciones climáticas constantemente cambiantes. La vida del hombre sería muy diferente si los mamíferos y las plantas no hubiesen evolucionado a la par, si no hubiesen tomado posesión de la superficie de la tierra los árboles y las hierbas, si no hubiesen cautivado su imaginación y despertado su mente esas bellas nubes que surcan el cielo, las vivas puestas de sol, las montañas imponentes, los océanos infinitos y el cielo estrellado. Ni los cohetes espaciales ni las cápsulas que rondan ahora la luna tienen la menor semejanza con el entorno en que el hombre pensó y prosperó durante siglos y siglos. ¿Acaso habría soñado alguna vez el hombre en volar en un mundo desprovisto de criaturas voladoras?

Mucho antes de que hubiese llegado a existir riqueza cultural alguna, la naturaleza había provisto al hombre con su propio modelo original de creatividad inagotable, con lo cual el azar dio paso a la organización y esta incorporó gradualmente finalidades y significaciones. Tal creatividad es su propia razón de existir y su auténtico premio. Ensanchar la esfera de la creatividad significativa y prolongar su periodo de desarrollo es la única respuesta del hombre a su propia muerte.

Lamentablemente, estas ideas son ajenas nuestra cultura actual, dominada por las máquinas. Un geógrafo contemporáneo que vivió imaginariamente en un asteroide artificial nos ha presentado las siguientes observaciones: “No hay méritos inherentes en un árbol, una brizna de hierba, un arroyo rumoroso o los hermosos contornos de un paisaje; si dentro de un millón de años nuestros descendientes habitasen un planeta de rocas, aire, océanos y naves espaciales, aún seguiría siendo un mundo natural”. No puede haber declaración más absurda que esta a la luz de la Historia Natural. El mérito de todos los componentes naturales originales que este geógrafo descarta tan caballerosamente es en rigor que, en su totalidad inmensamente variada, han ayudado a crear al hombre.

Como Lawrence Henderson tan brillantemente demostró en The Fitness of the Environment, hasta las propiedades físicas del aire, el agua y los compuestos de carbono fueron propicios para la aparición de la vida: si esta hubiese comenzado en ese planeta pelado y estéril que el citado geógrafo prevé como posible futuro, al hombre le habrían faltado los recursos necesarios para su propio desenvolvimiento. Y si nuestros descendientes redujeran este planeta a un estado tan desnaturalizado como ya están haciendo las excavadoras, los pesticidas y defoliantes y las bombas atómicas, entonces el hombre mismo quedará igualmente desnaturalizado, es decir, deshumanizado.

El mito de la máquina
Lewis Mumford 

21/8/12

Vuelve ETA

Ya se va notando en la cocina de TVE el aroma al menú que el comisario político Somoano venía cocinando en Telemadrid, con ETA como plato estrella. No importa que la ETA que le toca cocinar a Somoano huela a muerto, porque el congelador televisivo está repleto de documentales que, si bien ya saben algo rancio, sirven para seguir ofreciendo el exitoso menú, con txalaparta de acompañamiento musical de fondo.

No me voy a extender sobre la insistencia con que los análisis de sangre de la derecha muestran un notable y endémico déficit democrático. Lo que me interesa señalar es cómo la predilección de la derecha por ETA y sus víctimas, lejos de probar su compromiso con la libertad y la democracia, prueba exactamente lo contrario.

No es el Mal al que nos enfrentamos lo que determina nuestra talla moral; es la elección de ese Mal lo que nos califica. O sea, no es la posición de la derecha frente a ETA lo que demuestra su compromiso democrático; es el hecho de que esa elección oculte otra lo que demuestra su bajeza moral. Exhibir su compromiso democrático frente a ETA permite a la derecha no abordar su falta de compromiso a la hora de condenar el franquismo (en términos de democracia, un Mal incomparablemente mayor). Cuanto más alardea la derecha de defensa de las víctimas de ETA, más patente es su desprecio por las otras víctimas.

La derecha española ha sido históricamente reacia a condenar el régimen franquista y sus crímenes durante y después de la Guerra Civil. Su sospechosa postura sería algo así como un “no hace falta condenarlo, ya pasó”. No es de extrañar esta postura, dada la continuidad ideológica, familiar, e incluso afectiva. Una gran mayoría de la derecha sigue viendo en el franquismo aquel régimen autoritario pero benigno y paternal encarnado en las narraciones de la propaganda del NODO. La derecha siempre ha sido muy comprensiva con aquel régimen fascista (o usando el lenguaje moral católico de moda, ha mostrado un notable relativismo moral al respecto).

Se trata de un conflicto difícil de resolver: no se puede confesar lo que realmente se piensa sobre el pasado reciente de España, pero al mismo tiempo uno se ve a sí mismo con la misma estatura moral que cualquier otro, y se siente herido por no ser reconocido como tal. Y es aquí donde comisarios políticos como Somoano han sido capaces de proporcionar a las huestes de la derecha una fuente de legitimidad y talla moral capaz de resolver semejante conflicto (una falsa resolución, claro está).

Como la resolución del conflicto en términos de autocrítica y de ruptura con el franquismo y lo que este supuso, es un imposible, los ideólogos de la derecha han convertido a ETA en la encarnación de lo que el franquismo supuso para el resto de ciudadanos, empezando por adjetivarla con el término “fascista”. Fue Aznar el artífice de la ruptura sin ruptura de la derecha con el franquismo. Aznar y su gente sabían bien que una batalla está casi siempre perdida si la plantea el adversario, y casi siempre ganada si la plantea uno. Así, sabedores de que la batalla por la legitimidad democrática alrededor del franquismo estaba perdida, tuvieron la habilidad de plantear esa batalla alrededor de ETA. Como estrategas hay que reconocer su mérito. Como personas, hay que señalar su maldad.

Así, ETA funciona para la derecha como el régimen franquista funciona para la izquierda: un Mal que nos permite demostrar la talla moral; el anclaje en el que apuntalar la legitimidad democrática. Solo que aquí esa demostración tiene un reverso que es más importante que el anverso: la posición frente a ETA hace aún más patente el silencio de la derecha frente a los crímenes del franquismo. Lo que no condenamos evidencia nuestra talla moral tanto más como lo que condenamos. Los combates que rehuimos dicen de nosotros tanto como los que afrontamos.

6/8/12

Piramide invertida de la opresión

La pirámide invertida de la opresión muestra cómo funciona el sistema frente a los problemas que causa. VicenteManzano-Arrondo la describe de la siguiente manera:

Nada ocurre [invisibilización]. Si ocurriera, no es una injusticia [interpretación] porque la causa no es humana (naturalización), la consecuencia no recae sobre humanos (cosificación), realmente es justo (inversión), lo relevante es otra cosa (perspectivación) o se trata de una observación falsa (deslegitimación). Si se interpretara como injusticia, no es achacable al sistema [canalización] pues es el mismo grupo humano el que se genera el daño (victimización), proviene de fuera del sistema (agente externo), mientras que el sistema cuenta ya con vías para superar la  injusticia (tokenismo). Si la injusticia se identificara como causa del funcionamiento del sistema, es mejor no hacer nada [inmovilización] ya que se están tomando las medidas oportunas (solución en marcha), el líder pide confianza (acto de fe), la solución es cosa de especialistas (especialización),  es iluso actuar (fatalismo), el problema se resuelve en la ficción (catarsis virtual), el asunto es demasiado difuso como para abordarlo (difuminación), sería peor el remedio que la enfermedad (solución indeseable), es un problema ajeno o lejano (distanciamiento), o constituye una excepción de un funcionamiento impecable (anecdotización). Si las personas sienten la necesidad inevitable de hacer algo, se suministran los instrumentos pertinentes que no atentan contra el orden [domesticación] alentando las acciones individuales aisladas (trascendencia individual), definiendo con precisión las acciones grupales permisibles (acotación de la acción colectiva) o guiando la acción mediante el pensamiento y este mediante el lenguaje (imposición de lenguaje). Si ello finalmente tampoco funcionara, se procede a parar directamente el movimiento [represión]

A servidor se le ocurre el siguiente ejemplo:

Invisibilización: “España va bien”.
Interpretación: “Si la gente compra tantos pisos, es porque tiene dinero”.
Canalización: “Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”.
Inmovilización: “No tenemos libertad para elegir”. “Estamos haciendo los deberes”. “Hay que hacer sacrificios hoy para salir de la crisis mañana”. Gobiernos de tecnócratas.
Domesticación: “Los problemas no se solucionan detrás de una pancarta, sino trabajando”, “Es el momento de que todos arrimemos el hombro, no de poner palos en la rueda”.
Represión: Modificación del código penal que iguala la resistencia pasiva a un acto de resistencia a la autoridad, e incluso a la kale borroka. El uso de la policía antidisturbios…

El mecanismo es tan sencillo, y tan eficaz, que acojona…

24/7/12

Recortes

Hace unos días preguntaba a los oyentes una locutora de radio, por dónde recortarían en época de crisis. Ahí va una primera lista de cosas que se me ocurren:

- Horas de trabajo: tendríamos que trabajar al menos la mitad de horas para poder dedicar tiempo a formarnos, informarnos, participar, convivir, socializar, cuidar, ayudar…
- Objetos consumidos: tendríamos que pensar qué cosas pueden salir de casa, en lugar de pensar qué cosas entran en casa.
- Velocidad: tendríamos que recortar en la velocidad a la que hacemos todo. Deberíamos demorarnos más en las cosas, tomarnos nuestro tiempo, bajar la velocidad del pensamiento para poder mirar, para ver, para prestar atención a lo que sucede a nuestro alrededor.
- Televisión y demás pantallas: si no nos atrevemos a prescindir de la tele, habría que dividir por varios números las horas de tele. Igual para el resto de pantallas. Más experiencia vivida, menos experiencia referida. A pisar la calle.
- Kilómetros: definitivamente, hay que recorrer menos kilómetros. Y los que se recorren, deben recorrerse a menos velocidad.
- Comidas: conviene comer menos carne, y menos “productos Marco Polo” (aquellos que recorren medio mundo hasta llegar a nuestra mesa).
- Gente tóxica: si no puedes alejarte de ellos, al menos ignóralos.
- Expectativas y deseos: tendríamos que aprender a clasificar nuestras expectativas y deseos para distinguir las razonables de las que no lo son, las legítimas de las que no lo son. Desear ser amado es legítimo, incluso razonable; esperar que esa persona particular sea quién me ame, no lo es. Una expectativa razonable nos abre los ojos, una expectativa irracional nos ciega.
- Pensamientos negativos: sin dejar de ver lo malo que hay en el mundo, hay que “saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio”.

Se admiten sugerencias.

26/5/12

14/5/12

No nos representan

“!Que no, que no, que no nos representan, que no!”.

El 15M tiene un subconsciente, y el subconsciente nos hace decir cosas que no sabíamos, o no creíamos haber dicho. El eslogan más conocido del 15M es un buen ejemplo. Paradójicamente, se trata de un eslogan que trabaja en dirección contraria al 15M (cosas del subconsciente).

Empecemos proponiendo que se trata de un movimiento fundamentalmente “metodológico”, no “programático”; es decir, de un movimiento que prima el cómo hacer política sobre el qué políticas hacer. No es que las políticas no sean importantes, sino que es más importante la manera de decidirlas. Sobre esto se podría hablar largo y tendido, pero dejémoslo en que un cambio en el sujeto político significa un cambio de políticas.

Propongamos también que la política, hoy, se entiende como un objeto de consumo, y como tal objeto, los partidos funcionan como la televisión: uno compra el aparato, y después el aparato mostrará lo que otros deciden mostrar. El comprador no tiene más opciones que seguir viendo cabreado ese canal, cambiar de canal, o apagar el aparato. Lo que no puede hacer es interpelar a quien sea que esté al otro lado.

El 15M rompió la pantalla del televisor y se presenció en medio del plató: “no queremos que sigan diciendo que programan lo que el público quiere; el público somos nosotros y venimos a pensar qué queremos ver”. No a decir qué queremos ver, sino a pensar qué queremos ver.

Pero volvamos al subconsciente aflorando en el habla. Si el movimiento hubiese dicho “nadie nos representa”, no hubiese habido lugar a equívoco. El problema al decir “[ellos] no nos representan”, es que pone el foco sobre el “ellos” en lugar de sobre el “no nos representan”, y esa perspectiva hizo pensar a muchos que el propio movimiento podía llegar a ser un “ellos” nuevo que sí nos representara. Muchos vieron en el 15M el embrión de una nueva opción de consumo, un “estos sí me representan”. No era eso. El 15M nos invitó a todos a no ser espectadores, sino participantes.

Y ahí es donde empezamos a mirarnos los unos a los otros con extrañeza, como si hubiésemos sintonizado un canal con una película birmana sin subtítulos: sencillamente, no sabemos cómo participar, no queremos asumir esa carga (que lo es). Preferimos que nos representen, ahorrarnos el trabajo de participar, de escuchar a otros para aprender, para construir colectivamente. Preferimos votar a un partido que sabemos que no hará nada de aquello que promete y después enfadarnos cínicamente, como si nos pillase por sorpresa la mentira tantas veces repetida.

Se oye decir que el 15M ya no es lo que era, que se ha “radicalizado”. Suena a excusa. Si eso es cierto, es porque un día dejamos a unos pocos pensando en el plató, nos volvimos a casa y encendimos la televisión a ver si algo había cambiado, pero solo estaban los viejos programas de siempre. No fue el 15M quién se alejó de la sociedad; fue la sociedad la que se alejó del 15M. El movimiento no es de nadie y es de todos; de todos los que están en las plazas.

7/4/12

Abracadabra

Bajo a tirar la basura y veo un viejo monitor de rayos catódicos en el cuarto de las basuras.

Pienso que la clave del capitalismo es la misma que la de la magia: crear una ilusión ocultando el truco. El capitalismo, como la magia, está lleno de dobles fondos, trampillas, pequeños pájaros sacrificados, innumerables trucos que invisibilizan los costes y consecuencias de su funcionamiento, y hacen creer que lo imposible es posible. Y aunque todos sabemos que hay truco, no queremos conocerlo.


Quién ha abandonado ese monitor cree en la magia: el monitor apareció un día por arte de magia en una tienda, y desaparecerá por arte de magia del cuarto de la basura. Sin más, sin otra consecuencia.


Y un segundo pensamiento: hasta no hace mucho, viejo era sinónimo de inútil. Ya no. Ahora viejo es sinónimo de pasado de moda. Mundo raro este en que lo útil ya no tiene valor.

6/4/12

El que la hace la paga

El que la hace la paga. Tienes que ser responsable y hacerte cargo de las consecuencias. Los responsables pagarán por ello.


Del hablar común hay que desconfiar porque nos acerca a la verdad por un estrecho camino. Dejando de lado esta objeción –no menor-, queda esa verdad a la que el hablar se refiere: en lo que nos ocupa, que la justicia no es otra cosa sino la reparación de una deuda. La ley, así las cosas, no es más que el acuerdo sobre fijación de precios vigente en cada momento para saldar esa deuda, un acuerdo hasta cierto punto arbitrario, convenido y pactado, cambiante, sujeto a modas. Pero la variabilidad histórica en el acuerdo no hace menos cierta la verdad anterior: la justicia no es sino la reparación de una deuda.


Vivimos en un mundo que hace tiempo abandonó cualquier ideal de justicia a favor de formas más o menos disimuladas de rapiña. Sin embargo, quizás por una cuestión de formas (o sea, de hipocresía), nuestro hablar sigue hablando de ella. Así, los ególatras, narcisistas y psicópatas que suelen dirigir las instituciones empresariales, financieras o estatales que nos conducen derechitos al desastre, hablan de las “responsabilidades del cargo”, o sea, de la deuda que tenemos con ellos. Han conseguido convencernos de que dirigir lo que sea en beneficio propio nos hace al resto deudores hasta un extremo tal, que cualquier remuneración monetaria está justificada para saldar esa deuda.


Se trata del único caso en que responsabilidad y acreedor de la deuda coinciden en el mismo sujeto. O sea, que aquí el responsable cobra en lugar de pagar. Lo asombroso es que la cosa cuela, lo que dice muy poco del resto de nosotros.


Algunas objeciones: la responsabilidad no es un atributo de la posición -el padre, el jefe-, sino la consecuencia de un acto previo. Y si la responsabilidad es la consecuencia de un acto, ¿hemos de entender acaso, que estamos pagando por adelantado a unas personas por las consecuencias que sobre esas mismas personas tendrán los errores que cometan en el futuro? Basta con mirar alrededor para ver que esto no es así: en el pago por la responsabilidad hay pago, pero no hay responsabilidad. Se cometen errores, claro, pero somos el resto los que pagamos, mientras los responsables se desentienden, e incluso, en un último acto de cinismo, nos devuelven la responsabilidad al resto -jefes culpando a los empleados de los malos resultados, banqueros culpando a los ciudadanos por endeudarse, políticos hablando de un vivir por encima de no sé qué posibilidades, entrenadores culpando a los jugadores, y podríamos seguir-. Visto que no era responsabilidad lo que estábamos pagando, ¿qué era entonces?


Hay una alternativa a esta forma de hacer las cosas. Se trata de una alternativa mucho más difícil, pero también más justa y verdadera: desconfiar de los farsantes que acarrean “la pesada carga de la responsabilidad”. No delegar y distribuirnos esa carga colectivamente. Hay una razón poderosa para ello: es mucho más fácil ser injusto con los demás que serlo con uno mismo.

29/3/12

Tres apuntes sobre la huelga

Un oyente comenta en la radio que tenía un piso y lo perdió, que vive debajo de un puente, que los banqueros son unos sinvergüenzas. Después acusa al locutor de haber jaleado a la gente para ir a a huelga, y que esto solo se arregla si todos arrimamos el hombro.

Otra oyente dice: "a pesar de que soy universitaria, tengo un empleo precario".

Un grupo de ciclistas corta la M-30. La policía, deja hacer y se limita a hacer gestos a los automovilistas para que se tranquilicen.

17/3/12

Ahimsa

Ahimsa: causar el menor daño posible.

13/3/12

El gran juego

El negocio y su lenguaje lo invaden todo. Esa forma de ser y de estar va imponiéndose en todos los ámbitos de la vida, desde la política a la pareja, desde el colegio al hospital, desde el agua a la semilla. Es difícil encontrar una respuesta peor a las necesidades humanas, y una práctica más hostil hacia la lógica de la vida, lo que hace difícil de comprender el éxito que ha alcanzado. La soberbia, el cinismo, el narcisismo, la avaricia, la pereza, los pecados en fin, han sido los sospechosos habituales a los que atribuir su empuje y el éxito de su carrera delictiva. Sin dejar de ser cierta, esta explicación es insuficiente. Entonces, ¿qué atrae a tantos hacia algo tan destructor y tan nihilista?


Antes de nada, convengamos en que, en general, la vida en el mundo es dura, precaria, difícil, y que el mundo rara vez nos da lo que anhelamos (salvo que uno haya educado la atención, también es cierto). No es que el mundo sea hostil, es que sencillamente es indiferente hacia nosotros.


Hace veinte años, Mihaly Csikszentmihalyi publicó Fluir, un texto en el que definía el concepto de flujo como ese sentimiento profundo de disfrute que hace que las personas gasten gran cantidad de energía en una actividad. Csikszentmihalyi identifica ocho componentes básicos para que ese disfrute ocurra:


- La experiencia sucede cuando tenemos una oportunidad de lograr la tarea (1).

- Debemos ser capaces de concentrarnos en lo que hacemos (2).

- La tarea tiene unas metas claras (3), y una retroalimentación inmediata (4).

- Uno actúa sin esfuerzo, con una profunda involucración que aleja de la conciencia las preocupaciones y frustraciones de la vida cotidiana (5).

- Las experiencias agradables permiten a la personas ejercer un sentimiento de control sobre sus acciones (6).

- Desaparece la preocupación por la personalidad (7)

- El sentido de la duración se altera (8).


El autor añade que una proporción abrumadora de experiencias óptimas ocurre dentro de secuencias de actividades que se hallan dirigidas hacia una meta y reguladas por normas. Lo interesante del asunto es que Csikszentmihalyi identifica unas condiciones que carecen por completo de cualquier connotación moral. La condición de flujo puede alcanzarse realizando actividades moralmente buenas, o moralmente repugnantes.


A la vista de la teoría de Csikszentmihalyi, no es difícil ver que la naturaleza de los negocios hace de ellos un territorio tan bueno para originar experiencias de flujo como el ajedrez o la cocina. Que además de eso ratifique los delirios narcisistas, exija unas buenas dosis de cinismo, proporcione innumerables estrategias de compensación de complejos y, además, proporcione ese bono convertible en casi cualquier cosa que es el dinero, no hace sino añadir razones para el éxito. Que sea un éxito inmoral y nihilista es otro asunto, pero desde la perspectiva de Csikszentmihalyi, un asunto tan disparatado como una sociedad sustentada en los negocios, tiene sentido (aunque sea una sociedad delirante).


Pero hay un problema: una inmensa proporción de los jugadores (los trabajadores, los pobres, los explotados, los que se hacen cargo de las consecuencias), se niegan a participar. Participamos obligados, sí, pero sin creernos las reglas, cuestionándolas. Y eso resta disfrute a los que han hecho de este juego su forma de vida. Hasta ahora les había bastado con explotarnos, pero ahora todos esos jefes entregados “necesitan” que nosotros nos creamos el papel que representamos para poder creerse ellos mismos el suyo, como aquel rey desnudo… y es entonces cuando alguien se acuerda del compromiso.


Hace poco oía a un jefe clasificar a los empleados en dos grupos: los que “solo hacen su trabajo” y los que “se comprometen”. Hay una primera lectura de esta división: uno siempre puede demostrar que ha hecho su trabajo (y esto es una sólida línea de defensa). ¿Pero el compromiso? ¿Cuándo demuestra uno suficiente compromiso? Como le sucede a las mujeres maltratadas, uno nunca está a la altura (lo que nos deja a merced de los caprichos arbitrarios del maltratador): “no me quieres suficiente” dice él, “¿qué puedo hacer para arreglarlo?”, responde ella. No importa cuánto se haga, porque nunca es suficiente. Ese es el lugar en el que nos quieren: siempre por debajo de lo que se espera; siempre obligados a esforzarnos un poco más. Así es como hay que entender el compromiso: como un chantaje.


Pero hay una segunda lectura, más interesante quizás: el trabajador que “solo hace su trabajo” niega al trabajo cualquier otro valor que no sea el de un medio (bastante indeseable, por otro lado) para alcanzar los verdaderos fines que desea, siempre localizados fuera del negocio. Esta visión es un grito al oído del rey: “!estás desnudo!”. Sin embargo, al conseguir su compromiso, al convencer al incauto de que sus objetivos personales son los de la empresa, ya no hay voces molestas que hablen de un mundo más allá de ese que proporciona tanto placer, tanto disfrute a unos pocos (a costa de todos los demás, y de todo lo demás). Al comprometer a los peones, el rey hace del tablero el único mundo verdadero. La fantasía se impone sobre la realidad, como la única realidad.


Por supuesto, como todo en este juego, se trata de un compromiso falso, al servicio, de nuevo, del narcisismo, o de cualquier otro complejo cuya curación requiera algún esfuerzo. Ahora bien, al comprometerse con unos objetivos personales que no lo son, lo que se hace es dificultar la comprensión del conflicto. El trabajador que “solo hace su trabajo” comprende que el conflicto se establece entre el trabajo y todo lo que el trabajo impide (vivir, sin ir más lejos). El trabajador “comprometido” tampoco vive, pero es su compromiso el que le impide comprender: siempre ve en la organización defectuosa, el jefe incapaz o los compañeros perezosos, el origen de la dificultad en realizar sus objetivos. Como se equivoca al identificar el conflicto, su frustración no tiene fin. Le han robado hasta la posibilidad de soñar un propósito significativo para su propia vida.


Nos reiríamos de cualquier actor que afirmase ser el verdadero Hamlet, y sin embargo, somos incapaces de ver el público que atiende, asombrado, a esta obra delirante en que hemos convertido el mundo. Ninguna locura ha impedido, hasta el día de hoy, que llegado el momento el telón caiga.

25/2/12

Desarrollo a escala humana

¿Y qué pasará en el futuro? Con respecto a este tema, me gustaría compartir con ustedes la idea de un buen amigo mío, el distinguido ecólogo argentino Dr. Gilberto Gallopin, que ha propuesto tres posibles versiones del futuro.

La primera es la posibilidad de la extinción total o parcial de la especia humana. la forma más obvia de que esto ocurra es a través de un holocausto nuclear, el cual, según sabemos, se basa en el principio de la Destrucción Mutua Asegurada. Pero además del holocausto nuclear, hay una serie de procesos actuales que pueden causar dicha situación: el deterioro del medio ambiente, la destrución de los bosques, la destrucción de la diversidad genética, la polución de los mares, lagos y ríos, la lluvia ácida, el efecto invernadero, la reducción de la capa de ozono, y otros.

La segunda posibilidad es la barbarización del mundo. Algunas características serían el surgimiento de burbujas de enorme riqueza, rodeadas de barricadas o fortalezas para proteger esa riqueza de los inmensos territorios de pobreza y miseria que se extienden más allá de las barricadas. Es interesante destacar que esta versión aparece cada vez más en la literatura de ciencia ficción de la última década. Es como la atmósfera de Mad Max, tan brillantemente descrita por los australianos en este film. Muchos de estos síntomas ya se encuentran en algunas actitudes mentales y en la existencia real de áreas aisladas para los muy ricos, que no quieren contaminarse visual, auditiva o físicamente con la pobreza. Un componente de esta versión será el resurgimiento de regímenes represivos, que cooperarán con las élites ricas e impondrán condiciones de vida cada vez peores para los pobres.

La tercera versión presenta la posibilidad de una gran transición –el pasaje de una racionalidad dominante de competencia económica ciega y de codicia, a una racionalidad basada en los principios de la solidaridad y el compartir-. Podríamos llamarlo el pasaje de una Destrucción Mutua Asegurada a una Solidaridad Mutua Asegurada. La pregunta es si podemos hacerlo. ¿Tenemos las herramientas, la voluntad y el talento para construir una Solidaridad Mutua Asegurada? ¿Podemos vencer la estupidez que hace que posibilidades como esa queden fuera de nuestro alcance? Creo que sí podemos, y que tenemos la capacidad. Pero no nos queda mucho tiempo.

Queremos cambiar el mundo, pero nos enfrentamos a una gran paradoja. En esta etapa de mi vida, he llegado a la conclusión de que no soy capaz de cambiar el mundo, ni siquiera una parte de él. Solo tengo el poder de cambiarme a mí mismo. Y lo fascinante es que si decido cambiarme a mí mismo, no hay fuerza policial en el mundo que pueda impedirme hacerlo. La decisión depende de mí, y si quisiera hacerlo, puedo hacerlo. Pero el punto fascinante es que si yo cambio, puede ocurrir algo en consecuencia que conduzca a un cambio en el mundo. Pero tenemos miedo a cambiar. Siempre es más fácil intentar cambiar a los otros. La enseñanza de Sócrates fue: “conócete a ti mismo”, porque sabía que los seres humanos tienen miedo a conocerse. Sabemos mucho de nuestros vecinos, pero muy poco sobre nosotros mismos. Entonces, si simplemente pudiéramos cambiar nosotros mismos podría darse la posibilidad de que algo fascinante pueda suceder en el mundo.

Espero que llegue el día en que cada uno de nosotros sea lo suficientemente valiente para poder decir, con toda honestidad: “soy, y porque soy, me volví parte de…”. Me parece que este es el camino correcto a seguir si queremos poner fin a una manera estúpida de vivir.


Desarrollo a escala humana.

Manfred Max-Neef

17/2/12

David Icke

“Si usted quiere esconder algo a los pueblos, incúlqueles una manera de pensar que sea la más lejana posible de lo que ocurre realmente, a fín de que, si la verdad es revelada, parezca tan ridícula y fantástica como para que la mayoría la acepte. Y en efecto, si usted hace suficientemente bien su trabajo, la gente va a transformar la verdad en algo irrisorio, a decir que es una locura y a ridiculizar a quien intente promoverla."

David Icke

11/2/12

Acceso no autorizado

"Soñamos con la conspiración porque implicaría la existencia de un orden, y eso nos calma. Gentes que piensan a largo plazo, gentes que estudian y se organizan, proyectan y actúan. Esas gentes existen, desde luego; el dinero acumulado facilita la organización. Pero no están unidas. Nuestra política hoy es forcejeo, no hay otra palabra más noble para definirla, ni más misteriosa. Fuerzas que intentan vencer resistencias, y lo hacen las más de las veces de forma grosera, sin respetar las reglas pues, si nadie las cree, ¿quién las va a defender? Forcejean más y hieren más y vencen los que más han acumulado, cuanto más forcejean y vencen, más acumulan y más siguen teniendo. Desde el otro lado solo hay pequeños avances, escarceos que no logran dar un vuelco a la situación."

Acceso no autorizado, Belén Gopegui.

3/2/12

El talón de hierro

Al oir estos días a un conocido banquero español, he recordado esta palabras:


"Verá que los poderosos están convencidos de la justeza de sus acciones. Esto es lo más grave y absurdo de toda la situación. Es algo tan íntimo a su naturaleza, que son incapaces de hacer algo que no consideren correcto. Han de justificar siempre sus actos.

Cuando tratan de realizar algo, algún negocio, por supuesto, le dan vueltas en sus cabezas hasta que encuentran una justificación religiosa, ética, científica o filosófica que les asegure de lo correcto del proceder. No importa de qué se trate, la sanción moral acaba llegando. Se sirven de una casuística elemental, jesuítica; siempre ven en el mal que puedan hacer los beneficios que pueden resultar de él. Una de las ocurrencias más axiomaticas a la que han llegado es la de que son superiores al resto de la humanidad en talento y eficiencia. De ahí proviene su idea de que proporcionan el pan y la mantequilla al resto de la humanidad. Han resucitado las antiguas teorías del derecho divino de los reyes, en su caso un derecho mcercantil.

La debilidad de su postura es que se trata simplemente de hombres de negocios; no son filósofos. No son biólogos ni sociólogos. Si lo fueran, por supuesto que todo marcharía mejor. Un empresario que fuera también biólogo o sociólogo estaría más próximo a conocer las acciones más adecuadas para regir la humanidad. Pero fuera de su actividad lucrativa, son profundamente ignorantes. No tienen ni idea de en qué consiste la sociedad, y la humanidad les es ajena, pero se consideran ellos mismos como los regidores del destino de millones de hambrientos y de todos los seres socialmente derrotados. Algún día, la historia se mofará de toda esta maraña."


El Talón de Hierro, Jack London (publicada en 1908).

8/1/12

Los papalagi y las cosas

Dice Tuviavii de Tiavea sobre los hombres blancos (los Papalagi):


Es signo de gran pobreza que alguien necesite muchas cosas, porque de ese modo demuestra que carece de las cosas del Gran Espíritu. Los Papalagi son pobres porque persiguen las cosas como locos. Sin cosas no pueden vivir. Cuando han hecho del caparazón de una tortuga un objeto para arreglar su cabello, hacen un pellejo para esa herramienta, y para el pellejo hacen una caja, y para la caja, una caja más grande. Todo lo envuelven en pellejos y cajas.

Hay cajas para taparrabos, para telas de arriba y para telas de abajo, para las telas de la colada, para las telas de la boca y otras clases de telas. Cajas para las pieles de las manos y las pieles de los pies, para el metal redondo y el papel tosco, para su comida y para su libro sagrado, para todo lo que podáis imaginar. Cuando una cosa sería suficiente, hacen dos. Si entras en una cabaña europea para cocinar, ves tantos recipientes para la comida y herramientas que es imposible usarlos todos a la vez. Y por cada plato hay un tanoa distinto: uno para el agua y otro para el kaua europeo, uno para los cocos y otro para las uvas.

Hay tantas cosas dentro de una choza europea, que si cada hombre de un pueblo samoano se llevase un brazado, la gente que vive en ella no sería capaz de llevarse el resto. En cada choza hay tantos objetos que los caballeros blancos emplean muchas personas sólo para ponerlos en el sitio que les corresponde y para limpiarles la arena. Incluso las taopou de alta cuna emplean gran cantidad de su tiempo en contar, rearreglar y limpiar todas sus cosas.

Todos vosotros sabéis, hermanos, que cuento la verdad que he visto con mis propios ojos, sin añadir a mi historia ninguna opinión. Por eso creedme cuando os cuento que hay gente en Europa que presionan un palo de fuego en sus frentes y se matan, porque prefieren no vivir a vivir sin cosas. Los Papalagi turban de todos los modos posibles sus mentes y enloquecen pensando que el hombre no puede vivir sin cosas, como no puede vivir sin comida.

También por eso, nunca he sido capaz de encontrar una choza en Europa donde pudiera descansar del modo apropiado en mi estera, sin nada que estorbara mis miembros cuando quería estirarme. Todas aquellas cosas lanzan destellos de luz o gritan chillonamente con las voces de sus colores, de tal modo que no podía cerrar mis ojos en paz. Nunca hallé el verdadero reposo allí ni fue mayor mi nostalgia por mi cabaña samoana; esa cabaña en la que no hay nada más que una estera para dormir y un envuelve-cama, y donde nada te turba salvo la suave brisa del mar.

Los que tienen pocas cosas se llaman a sí mismos pobres o infelices. Ningún Papalagi canta o va por la vida con un destello en su mirada cuando su única posesiones un recipiente de comida como hacemos nosotros. Si los hombres y mujeres del mundo de los blancos residieran en nuestras cabañas, se lamentarían y afligirían, e irían a buscar rápidamente madera de los bosques y caparazones de tortuga, vidrios, fuerte alambre y llamativas piedras y mucho, mucho más. Y moverían sus manos de la mañana hasta la noche, hasta que la choza samoana estuviese llena de objetos enormes y pequeños que se rompen fácilmente y son destructibles por el fuego y la lluvia, y que por esto deben sustituirse todo el tiempo.

Cuantas más cosas necesitas, mejor europeo eres. Por esto las manos de los Papalagi nunca están quietas, siempre hacen cosas. Ésta es la razón por la que los rostros de la gente blanca parecen a menudo cansados y tristes y la causa de que pocos de ellos puedan hallar un momento para mirar las cosas del Gran Espíritu o jugar en la plaza del pueblo, componer canciones felices o danzar en la luz de una fiesta y obtener placer de sus cuerpos saludables, como es posible para todos nosotros.

Tienen que hacer cosas. Tienen que seguir con sus cosas. Las cosas se cierran y reptan sobre ellos, como un ejército de diminutas hormigas de arena. Ellos cometen los más horribles crímenes a sangre fría, sólo para obtener más cosas.

No hacen la guerra para satisfacer su orgullo masculino o medir su fuerza, sino sólo para obtener cosas. No obstante se dan cuenta del gran derroche que es su vida o no habría tantos Papalagi de alta posición que no hacen durante su existencia nada más que sumergir cabellos en zumos coloreados y con ellos formar bellas representaciones-espejo sobre esteras blancas.

Escriben todas las buenas palabras de Dios, tan brillantes y llenas de color como pueden. También moldean gente con arcilla blanca, sin ningún taparrabos; muchachas de movimientos libres, encantadoras como la taopou de Matautu e imágenes de hombres, blandiendo garrotes y acechando al pichón salvaje en el bosque. Gente hecha de piedra, para la que los Papalagi construyen enormes cabañas festivas, a las que la gente viaja desde enormes distancias para disfrutar de su gracia y belleza. Permanecen de pie enfrente de ellas, apretadamente cubiertos con sus taparrabos y tiritando. Yo he visto a los Papalagi lamentarse cuando admiraban la belleza que ellos mismos habían perdido.

Ahora el hombre blanco quiere hacernos ricos trayéndonos todos sus tesoros, sus cosas. Pero esas cosas son como flechas envenenadas, que matan a aquéllos en cuyo pecho se han introducido. Una vez oí, por casualidad, decir a un hombre que conoce bien nuestras islas: «Vamos a forzar nuevas necesidades en ellos». ¡Las necesidades son cosas! Y aquel sabio dijo más: «Entonces podemos ponerles a trabajar también fácilmente». Quería decir que tendríamos que usar la fuerza de nuestras manos para hacer cosas, cosas para nosotros mismos, pero principalmente cosas para los Papalagi. Debemos estar también cansados, encorvados y grises.

Hermanos de muchas islas, debemos mantener nuestros ojos muy abiertos, porque las palabras de los Papalagi saben como los dulces plátanos, pero están llenas de flechas escondidas que saldrán para matar toda la luz y alegría que hay en nosotros. No olvidemos nunca eso. Aparte de lo que nos ha dado el Gran Espíritu, precisamos muy poco.

Él nos dio ojos para ver las cosas, pero necesitáis más que todo el tiempo de nuestra vida para verlas todas. Y nunca pasó mayor mentira por los labios de un ser humano como cuando el hombre blanco nos dice que las cosas del Gran Espíritu tienen muy poco valor, pero que las cosas que ellos producen son más útiles y valiosas. Sus propios objetos, son numerosos, resplandecientes y brillantes, lanzan miradas seductoras a nuestro sistema de vida y se nos imponen, pero nunca hacen el cuerpo de un Papalagi más bello, sus ojos más brillantes o sus mentes más agudas. Ésta es otra razón por la que sus cosas tienen poco valor y las palabras que pronuncian y fuerzan violentamente nuestra consciencia, son pensamientos empapados de veneno, las eyaculaciones de un espíritu maligno.

2/1/12

25 razones

Hace unos días asistí a la celebración del 25 aniversario de la Asociación Cultural La Kalle. Como en todos los aniversarios, uno trata de comprender qué fue, saber qué es, y vislumbrar qué será. Qué fue y qué es La Kalle es cosa que trataron de explicar quienes son o han sido parte de ella. Sin embargo, el asunto del qué será se reconoce con inteligencia como una pregunta que ha de ser respondida de manera colectiva en el entorno de la asociación, y no solo por sus integrantes.


Pensando sobre el asunto, recordé algo que oí a un profesor de una escuela literaria: “no soy un buen escritor, pero soy el sustrato necesario para que otros lleguen a serlo”. Pienso que en esta afirmación se esconde una de esas 25 razones por las que se preguntó a la audiencia durante el encuentro.


Cuando uno suma dos más dos en la calculadora, el resultado siempre es cuatro. Por el contrario, cuando planta una semilla, ¿qué parte de toda la tierra es necesaria y qué parte es prescindible? ¿qué parte dará vida al árbol? No hay manera de saber qué semillas germinarán y cuales no. No hay manera de saber qué porción de tierra será la mejor para dar vida y cuál peor. No hay manera de saberlo a priori. Es el secreto de la vida frente a la lógica de la máquina.


A pesar de lo que dicen ciertas doctrinas, nuestra sociedad se rige por la lógica de la vida, no por la lógica de la máquina. La lógica de la máquina, aplicada a la sociedad, no busca sino el beneficio de unos pocos a costa de otros.


Cabe preguntarse entonces de qué personas podemos prescindir, qué talentos podemos desperdiciar. ¿Acaso sabemos qué talentos serán necesarios en el futuro? Uno de los más grandes errores que hemos cometido como sociedad ha sido el dejar en manos de la lógica del mercado la decisión sobre qué es necesario y qué no, quién es necesario y quien no. Frente a esa lógica, La Kalle trabaja con la convicción de que todos somos necesarios.


Asumir que uno trabaja a favor de esa lógica de la vida supone cuestionar ciertos supuestos. El más importante es, quizás, cuestionar el resultado como medida de lo que se hace. No se trata, por supuesto, de menospreciar el resultado, ni dejar de medirlo, sino de comprender, como sucede con la tierra que da vida al árbol, que somos uno más entre tantos factores. O dicho de otra manera: cuando medimos los resultados ¿qué estamos midiendo verdaderamente?


¿Qué hubiesen respondido nuestros padres si les hubiesen preguntado cómo seríamos hoy? ¿Nos pareceríamos a lo que ellos anticiparon? En unos casos sí y en otros no. Lo que es seguro es que era algo imposible de predecir. Lo que nos lleva a la pregunta fundamental: ¿qué nos hizo ser la persona que somos?


Nuestra vida no sigue una ruta establecida, y apenas somos capaces de explicarnos los cambios significativos que, unas veces con lentitud, y otras de manera repentina, hacen imposible cualquier predicción sobre quienes seremos. Esa incertidumbre en el resultado está en el centro del trabajo de colectivos como La Kalle. Y esa es la paradoja con la que han de convivir: su trabajo es necesario, sea cual sea el resultado.


Así que esta es, según creo, una de las veinticinco razones: ser un poco de sustrato fértil infiltrado en la tierra en la que habrá de crecer y desarrollarse la vida.