Hace unos días asistí a la celebración del 25 aniversario de la Asociación Cultural La Kalle. Como en todos los aniversarios, uno trata de comprender qué fue, saber qué es, y vislumbrar qué será. Qué fue y qué es La Kalle es cosa que trataron de explicar quienes son o han sido parte de ella. Sin embargo, el asunto del qué será se reconoce con inteligencia como una pregunta que ha de ser respondida de manera colectiva en el entorno de la asociación, y no solo por sus integrantes.
Pensando sobre el asunto, recordé algo que oí a un profesor de una escuela literaria: “no soy un buen escritor, pero soy el sustrato necesario para que otros lleguen a serlo”. Pienso que en esta afirmación se esconde una de esas 25 razones por las que se preguntó a la audiencia durante el encuentro.
Cuando uno suma dos más dos en la calculadora, el resultado siempre es cuatro. Por el contrario, cuando planta una semilla, ¿qué parte de toda la tierra es necesaria y qué parte es prescindible? ¿qué parte dará vida al árbol? No hay manera de saber qué semillas germinarán y cuales no. No hay manera de saber qué porción de tierra será la mejor para dar vida y cuál peor. No hay manera de saberlo a priori. Es el secreto de la vida frente a la lógica de la máquina.
A pesar de lo que dicen ciertas doctrinas, nuestra sociedad se rige por la lógica de la vida, no por la lógica de la máquina. La lógica de la máquina, aplicada a la sociedad, no busca sino el beneficio de unos pocos a costa de otros.
Cabe preguntarse entonces de qué personas podemos prescindir, qué talentos podemos desperdiciar. ¿Acaso sabemos qué talentos serán necesarios en el futuro? Uno de los más grandes errores que hemos cometido como sociedad ha sido el dejar en manos de la lógica del mercado la decisión sobre qué es necesario y qué no, quién es necesario y quien no. Frente a esa lógica, La Kalle trabaja con la convicción de que todos somos necesarios.
Asumir que uno trabaja a favor de esa lógica de la vida supone cuestionar ciertos supuestos. El más importante es, quizás, cuestionar el resultado como medida de lo que se hace. No se trata, por supuesto, de menospreciar el resultado, ni dejar de medirlo, sino de comprender, como sucede con la tierra que da vida al árbol, que somos uno más entre tantos factores. O dicho de otra manera: cuando medimos los resultados ¿qué estamos midiendo verdaderamente?
¿Qué hubiesen respondido nuestros padres si les hubiesen preguntado cómo seríamos hoy? ¿Nos pareceríamos a lo que ellos anticiparon? En unos casos sí y en otros no. Lo que es seguro es que era algo imposible de predecir. Lo que nos lleva a la pregunta fundamental: ¿qué nos hizo ser la persona que somos?
Nuestra vida no sigue una ruta establecida, y apenas somos capaces de explicarnos los cambios significativos que, unas veces con lentitud, y otras de manera repentina, hacen imposible cualquier predicción sobre quienes seremos. Esa incertidumbre en el resultado está en el centro del trabajo de colectivos como La Kalle. Y esa es la paradoja con la que han de convivir: su trabajo es necesario, sea cual sea el resultado.
Así que esta es, según creo, una de las veinticinco razones: ser un poco de sustrato fértil infiltrado en la tierra en la que habrá de crecer y desarrollarse la vida.
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