La vida es frágil. Es casi un lugar común
hablar de la facilidad con la que cualquier pequeño evento acaba con ella. Eso
nos angustia y nos entristece. Como todo, esa fragilidad tiene un reverso, un
reverso luminoso que señala lo milagroso de que algo tan frágil llegue siquiera
a suceder. Para verlo, basta con prestar atención al principio de la vida en
lugar de a su final.
Es lo que hace Fred Spier en “El lugar del
hombre en el cosmos”*. Desde el Big Bang hacia delante, Spier va describiendo
la sucesión de condiciones especialísimas que, por acumulación, han dado lugar
a la vida. Leyendo ese relato, uno no puede más que asombrarse de que algo como
la vida haya llegado siquiera a existir. Es difícil hablar de la existencia de
la vida sin pensar en lo milagroso. La vida como algo tan hermoso como
improbable.
Esa improbabilidad, esa rareza cósmica que
supone la vida, ese asombro ante el hecho de haber llegado hasta aquí, está
detrás de todo el pensamiento religioso, y debería ser, de hecho, el principio
del necesario cambio en nuestra forma de pensar que ha de darse si queremos que
la vida de nuestra especia continúe.
Spier habla de complejidad, y habla de flujos
de materia y energía, de cómo las formas de vida superiores necesitan hacer
acopio constante de materia y energía, y señala también que la continuidad de
la vida pasa por encontrar un equilibrio entre ese acopio y los límites físicos
de nuestro planeta. Nuestra herencia evolutiva nos ha proporcionado los medios
para alcanzar cotas de extracción de materia y energía inigualables para
ninguna otra especia, hasta el punto de poder considerar a nuestra especie como
un agente geológico de la magnitud de los ríos o de los volcanes. Hasta el
punto de habernos convertido en nuestra mayor amenaza.
Frente a esa herencia evolutiva, hemos de
enfrentar nuestra herencia cultural, y sobre todo la más asombrosa de nuestras
cualidades del pensamiento: la capacidad de vernos desde fuera, de observarnos
y aprender de esa observación. Y ahí, podemos recurrir, como siempre, al genio
de los griegos: hoy, como nunca antes, el futuro de la humanidad pasa por
elegir entre la hybris y la enkrateia, entre la desmesura y la contención.
Dos fragmentos del libro de Spier:
La mayor enseñanza filosófica, la impresión
que más vino a sacudir los cimientos de nuestras ideas preconcebidas, fue
contemplar la pequeñez de la Tierra… Ni siquiera las fotos logran transmitir
ajustadamente esa conmoción, dado que siempre aparecen enmarcadas. Pero cuando
uno echa un vistazo por la ventanilla del vehículo espacial, se puede ver poco
menos que la mitad del universo.
Eso significa encontrarse frente a una negrura
y una cantidad de espacio muy superior a la que jamás llegará a verse en una
fotografía enmarcada… No se trataba solo de lo pequeña que era la Tierra, sino
de lo grande que era todo lo demás.
Declaraciones del astronauta del Apolo VIII
William Anders.
Gracias a la neutralización del universo, la
radiación dejó de encontrar obstáculos y comenzó a viajar libremente. En otras
palabras, el cosmos se volvió súbitamente transparente.
* Más apropiado sería hablar del ser humano, o
de la humanidad.
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