24/12/12

Y el universo se volvió transparente...

La vida es frágil. Es casi un lugar común hablar de la facilidad con la que cualquier pequeño evento acaba con ella. Eso nos angustia y nos entristece. Como todo, esa fragilidad tiene un reverso, un reverso luminoso que señala lo milagroso de que algo tan frágil llegue siquiera a suceder. Para verlo, basta con prestar atención al principio de la vida en lugar de a su final.

Es lo que hace Fred Spier en “El lugar del hombre en el cosmos”*. Desde el Big Bang hacia delante, Spier va describiendo la sucesión de condiciones especialísimas que, por acumulación, han dado lugar a la vida. Leyendo ese relato, uno no puede más que asombrarse de que algo como la vida haya llegado siquiera a existir. Es difícil hablar de la existencia de la vida sin pensar en lo milagroso. La vida como algo tan hermoso como improbable.

Esa improbabilidad, esa rareza cósmica que supone la vida, ese asombro ante el hecho de haber llegado hasta aquí, está detrás de todo el pensamiento religioso, y debería ser, de hecho, el principio del necesario cambio en nuestra forma de pensar que ha de darse si queremos que la vida de nuestra especia continúe.

Spier habla de complejidad, y habla de flujos de materia y energía, de cómo las formas de vida superiores necesitan hacer acopio constante de materia y energía, y señala también que la continuidad de la vida pasa por encontrar un equilibrio entre ese acopio y los límites físicos de nuestro planeta. Nuestra herencia evolutiva nos ha proporcionado los medios para alcanzar cotas de extracción de materia y energía inigualables para ninguna otra especia, hasta el punto de poder considerar a nuestra especie como un agente geológico de la magnitud de los ríos o de los volcanes. Hasta el punto de habernos convertido en nuestra mayor amenaza.

Frente a esa herencia evolutiva, hemos de enfrentar nuestra herencia cultural, y sobre todo la más asombrosa de nuestras cualidades del pensamiento: la capacidad de vernos desde fuera, de observarnos y aprender de esa observación. Y ahí, podemos recurrir, como siempre, al genio de los griegos: hoy, como nunca antes, el futuro de la humanidad pasa por elegir entre la hybris y la enkrateia, entre la desmesura y la contención.

Dos fragmentos del libro de Spier:

La mayor enseñanza filosófica, la impresión que más vino a sacudir los cimientos de nuestras ideas preconcebidas, fue contemplar la pequeñez de la Tierra… Ni siquiera las fotos logran transmitir ajustadamente esa conmoción, dado que siempre aparecen enmarcadas. Pero cuando uno echa un vistazo por la ventanilla del vehículo espacial, se puede ver poco menos que la mitad del universo.

Eso significa encontrarse frente a una negrura y una cantidad de espacio muy superior a la que jamás llegará a verse en una fotografía enmarcada… No se trataba solo de lo pequeña que era la Tierra, sino de lo grande que era todo lo demás. 

Declaraciones del astronauta del Apolo VIII William Anders.

Gracias a la neutralización del universo, la radiación dejó de encontrar obstáculos y comenzó a viajar libremente. En otras palabras, el cosmos se volvió súbitamente transparente.



* Más apropiado sería hablar del ser humano, o de la humanidad.

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