Mucho antes de que hubiese llegado a existir
riqueza cultural alguna, la naturaleza había provisto al hombre con su propio
modelo original de creatividad inagotable, con lo cual el azar dio paso a la
organización y esta incorporó gradualmente finalidades y significaciones. Tal
creatividad es su propia razón de existir y su auténtico premio. Ensanchar la
esfera de la creatividad significativa y prolongar su periodo de desarrollo es
la única respuesta del hombre a su propia muerte.
Lamentablemente, estas ideas son ajenas nuestra
cultura actual, dominada por las máquinas. Un geógrafo contemporáneo que vivió
imaginariamente en un asteroide artificial nos ha presentado las siguientes
observaciones: “No hay méritos inherentes en un árbol, una brizna de hierba, un
arroyo rumoroso o los hermosos contornos de un paisaje; si dentro de un millón
de años nuestros descendientes habitasen un planeta de rocas, aire, océanos y
naves espaciales, aún seguiría siendo un mundo natural”. No puede haber
declaración más absurda que esta a la luz de la Historia Natural. El mérito de
todos los componentes naturales originales que este geógrafo descarta tan
caballerosamente es en rigor que, en su totalidad inmensamente variada, han
ayudado a crear al hombre.
Como Lawrence Henderson tan brillantemente
demostró en The Fitness of the Environment, hasta las propiedades físicas del
aire, el agua y los compuestos de carbono fueron propicios para la aparición de
la vida: si esta hubiese comenzado en ese planeta pelado y estéril que el
citado geógrafo prevé como posible futuro, al hombre le habrían faltado los
recursos necesarios para su propio desenvolvimiento. Y si nuestros
descendientes redujeran este planeta a un estado tan desnaturalizado como ya
están haciendo las excavadoras, los pesticidas y defoliantes y las bombas
atómicas, entonces el hombre mismo quedará igualmente desnaturalizado, es
decir, deshumanizado.
El mito de la máquina
Lewis Mumford
El mito de la máquina
Lewis Mumford
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