22/9/12

El geógrafo

La propia naturaleza del hombre ha sido mantenida y formada constantemente por las complejas actividades, autotransformaciones e intercambios que se producen en todos los organismos; ni su naturaleza ni su cultura podemos abstraerlas de la gran diversidad de hábitats que los seres humanos han explorado, con sus diferentes formaciones geológicas, sus diversas capas de vegetación y sus distintas agrupaciones de animales (aves, peces, insectos, bacterias), todos en medio de condiciones climáticas constantemente cambiantes. La vida del hombre sería muy diferente si los mamíferos y las plantas no hubiesen evolucionado a la par, si no hubiesen tomado posesión de la superficie de la tierra los árboles y las hierbas, si no hubiesen cautivado su imaginación y despertado su mente esas bellas nubes que surcan el cielo, las vivas puestas de sol, las montañas imponentes, los océanos infinitos y el cielo estrellado. Ni los cohetes espaciales ni las cápsulas que rondan ahora la luna tienen la menor semejanza con el entorno en que el hombre pensó y prosperó durante siglos y siglos. ¿Acaso habría soñado alguna vez el hombre en volar en un mundo desprovisto de criaturas voladoras?

Mucho antes de que hubiese llegado a existir riqueza cultural alguna, la naturaleza había provisto al hombre con su propio modelo original de creatividad inagotable, con lo cual el azar dio paso a la organización y esta incorporó gradualmente finalidades y significaciones. Tal creatividad es su propia razón de existir y su auténtico premio. Ensanchar la esfera de la creatividad significativa y prolongar su periodo de desarrollo es la única respuesta del hombre a su propia muerte.

Lamentablemente, estas ideas son ajenas nuestra cultura actual, dominada por las máquinas. Un geógrafo contemporáneo que vivió imaginariamente en un asteroide artificial nos ha presentado las siguientes observaciones: “No hay méritos inherentes en un árbol, una brizna de hierba, un arroyo rumoroso o los hermosos contornos de un paisaje; si dentro de un millón de años nuestros descendientes habitasen un planeta de rocas, aire, océanos y naves espaciales, aún seguiría siendo un mundo natural”. No puede haber declaración más absurda que esta a la luz de la Historia Natural. El mérito de todos los componentes naturales originales que este geógrafo descarta tan caballerosamente es en rigor que, en su totalidad inmensamente variada, han ayudado a crear al hombre.

Como Lawrence Henderson tan brillantemente demostró en The Fitness of the Environment, hasta las propiedades físicas del aire, el agua y los compuestos de carbono fueron propicios para la aparición de la vida: si esta hubiese comenzado en ese planeta pelado y estéril que el citado geógrafo prevé como posible futuro, al hombre le habrían faltado los recursos necesarios para su propio desenvolvimiento. Y si nuestros descendientes redujeran este planeta a un estado tan desnaturalizado como ya están haciendo las excavadoras, los pesticidas y defoliantes y las bombas atómicas, entonces el hombre mismo quedará igualmente desnaturalizado, es decir, deshumanizado.

El mito de la máquina
Lewis Mumford 

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