27/12/10

Viviendo dentro de la chistera del mago


Hace unos días me comentaba una amiga que su madre enferma le había dicho lo siguiente: “lo que yo tengo no puede ser malo, si yo me siento bien”. Me parece que nuestra actitud colectiva se parece bastante a esa forma de pensar que consiste en cerrar los ojos a la realidad.


He leído estos días “La Quiebra del Capitalismo Global”, de Ramón Fernández Durán, un relato estremecedor sobre lo que nos espera en los próximos veinte años si no cambiamos de manera radical nuestra forma de vivir, o sea, nuestra forma de pensar (puedes descargártelo aquí). Queremos creer que la crisis pasará, y que todo volverá a ser como era hace tres años. Pero esto supone, antes que nada, seguir ignorando cómo eran las cosas entonces (y siguen siendo hoy) más allá de nuestro entorno, de nuestra percepción inmediata de las cosas.

El mayor obstáculo para el cambio reside, precisamente, en esa percepción, en lo que Edward de Bono llama nuestros modelos de pensamiento, y George Lakoff nuestros marcos de pensamiento. Respecto a esta percepción, es posible que nunca antes haya habido un grupo de gente tan ignorante acerca de su entorno como sucede hoy con quienes habitamos las llamadas áreas ricas del planeta, desde Nueva York a Ciudad del Cabo, desde Madrid a Beijing. No tenemos ni la menor idea de cómo llegan a nosotros desde una aspirina a un coche, desde una cámara digital a un pan de molde. Seguir la pista al más simple de los objetos es casi imposible. Las cosas simplemente aparecen un día, y desaparecen otro. Sin más, como si viviésemos en la chistera de un mago (a este recpecto, es más que recomendable la lectura de La historia de las cosas, de Annie Leonard).


Ignoramos la inmensa complejidad de los procesos que traen hasta nosotros todas esas cosas, y los intricados caminos que relacionan nuestras vidas y las de seres en el otro extremo del mundo (que no seamos capaces de visualizarlas no las hace menos reales.) Y a pesar de nuestra ignorancia, aceptamos que todas y cada una de las cosas que nos rodean son signos de prosperidad y bienestar. Admitimos a regañadientes que es posible que todo esto genere cierto impacto en el medio ambiente, y quizás en la vida de otras personas, si bien es cuestión de tiempo y técnica que vayamos solucionando estos problemas, siempre sin el menor impacto en nuestras vidas. Vemos el lado más amable, y se nos oculta el más oscuro. Así, seguimos pensando en el reciclaje como solución (el “toque verde” en nuestra vida), pero nunca cuestionamos el consumo, ni el crecimiento perpetuo, ni la acumulación, ni el Yo. Pero sucede, como afirma Fernández Durán, que existe un conflicto creciente entre la lógica del capital, y la lógica de la vida.


Lo que Fernández Durán viene a decir es que vivimos un momento crepuscular. Pero lo que acaba no es siquiera el Estado del Bienestar, o la Era Industrial, o la Civilización Occidental; lo que vemos es el fin de un mundo que empezó hace unos seis mil años, basado en el Patriarcado, la Violencia, la Guerra y el Estado. Últimamente, Felix de Azua suele afirmar que asistimos a un cambio de Era, no de Época. Creo que ni siquiera él comprender hasta qué extremo.


Fernández Durán se atreve a dibujar el panorama que veremos a diez o veinte años vista, y a especular sobre lo que sucederá más allá, pero en un escenario como el que plantea, es imposible hacer predicciones. Los cambios van a ser tan dramáticos que hace impredecible cualquier futuro. Quien esto escribe piensa que, o será un mundo donde habrá desaparecido la absurda idea de especie elegida, de reintegración de los seres humanos en la Naturaleza, de cooperación en lugar de competición, o será un mundo habitado por manadas de hombres lobo. Como nada está escrito, prefiero pensar que podemos hacer algo, que no hay monstruo demasiado grande que no pueda ser vencido, que si actuamos con inteligencia y creatividad, quienes nos sucedan vivirán en un mundo mejor que este que nos ha tocado a nosotros. Sencillamente, no podemos no hacer nada, o peor aún, creer que es suficiente con lo que hacemos.


Vuelvo a Edward de Bono y su definición del tercer tipo de problema: “el problema consiste precisamente en la ausencia de problema, sus cualidades moderadas actuales bloquean la visión de sus cualidades óptimas posibles. La cuestión consiste en apercibirse de que hay un problema, reconocer la posibilidad de perfeccionamiento y definir esta posibilidad como un problema concreto”.


El problema, hoy, es nuestra forma de ver el mundo, los modelos y marcos que usamos para mirar, nuestras metáforas. El reto está, precisamente, en apercibirse del problema y en definirlo. Quizás un buen punto de partida sea revalorar nuestra propia vida, es decir, valorar de nuevo todos sus aspectos materiales y no materiales, prescindiendo, como dice de Bono, de conceptos inmutables, de cuestiones aceptadas con carácter permanente. Quizás sea esa valoración la que de lugar a las preguntas que todos tenemos que hacerle al sistema en que vivimos. Hoy, como nunca antes, estamos obligados a llevar nuestro pensamiento hacia lugares que ni siquiera sospechamos. Al menos tan lejos como lo que se nos viene encima.


Acabo con unas líneas entresacadas de el Elemento, de Ken Robinson:


No vemos el mundo directamente. Lo percibimos a través de marcos de ideas y creencias que hacen las veces de filtros sobre lo que vemos y cómo lo vemos. Algunas de estas ideas están tan profundamente arraigadas en nosotros que ni siquiera somos conscientes de ellas. Nos llegan como simple sentido común. Sin embargo, a menudo aparecen en las metáforas e imágenes que utilizamos para pensar acerca de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. […]

El hecho es que las organizaciones y las colectividades humanas no son como los mecanismos: se parecen mucho más a los organismos. […]

Desde el principio de la era industrial, los seres humanos parecen ver la naturaleza como un depósito infinito de recursos útiles para la producción industrial y la prosperidad material. […] El lado negativo de todo esto es que trescientos años después el mundo jadea y nos enfrentamos a la gran crisis del aprovechamiento de los recursos naturales de la Tierra. […]

Algunos llaman Antropoceno a la nueva era geológica, del griego anthopos, que significa “hombre”. [..]

Los científicos creen que esta crisis es real y que tenemos que plantearnos hacer un cambio profundo durante las siguientes generaciones si queremos evitar la catástrofe. […]

Durante más de trescientos años, las imágenes del industrialismo y el método científico han dominado el pensamiento occidental. Es hora de cambiar de metáforas. Tenemos que ir más allá de las metáforas lineales y mecanicistas y llegar a metáforas más orgánicas del crecimiento y el desarrollo humanos. […]

La mayoría de los seres vivos solo pueden florecer en ciertos tipos de ambientes, y las relaciones entre ellos a menudo son muy especializadas. Las plantas sanas y fructíferas toman los nutrientes que necesitan de su medio ambiente. Sin embargo, al mismo tiempo, su presencia ayuda a sostener el medio ambiente del que dependen. Hay excepciones, como los cipreses de Lyland, que parecen tomar posesión de todo lo que se ponga por delante. ¿Entiendes la idea? Lo mismo puede decirse de todas las criaturas y los animales, nosotros incluidos. […]

Los agricultores y los jardineros proporcionan las condiciones para que crezcan. Los buenos agricultores saben cuáles son estas condiciones; los malos no. […]

Lo mismo sucede con los seres humanos y las comunidades. Para crecer, necesitamos que se den las condiciones correctas en nuestros colegios, negocios y comunidades, así como en nuestra vida personal. […]

Es un punto de vista antiguo sobre la necesidad de que exista equilibrio y realización en nuestra vida, así como de que haya sinergia con la vida y aspiraciones de otras personas. Es una idea que se pierde con facilidad en nuestras actuales formas de existencia. […]

Hemos llegado lejos, pero no lo suficiente. Todavía somos demasiado intolerantes y pensamos demasiado a fondo acerca de nosotros mismos como individuos y como especie, y muy poco acerca de las consecuencias de nuestras acciones.

23/10/10

De derrota en derrota

Hace unos días pregunté a Ramón Lobo en la Casa Encendida de Madrid, si la izquierda es hoy en día tan inofensiva que el poder se siente suficientemente cómodo como para cedernos amablemente los espacios donde lo criticamos. Ponía como ejemplos dos lugares que apenas distan doscientos metros: la propia Casa Encendida (propiedad de Caja Madrid), y el no menos paradójico edificio de la Tabacalera, Centro Social Autogestionado, cedido por el Ministerio de Cultura… No se si no entendió la pregunta tal y como la formulaba, o si no le gustó. El caso es que respondió como si fuese una crítica personal. Lástima, porque creo que su blog dedica bastantes líneas a reflexionar sobre esta misma cuestión.

Hace un mes de la huelga general, y ya la hemos olvidado. No tendrá ningún efecto. El gobierno sigue adelante con sus reformas, y los demás seguimos cada uno a lo nuestro. En Francia, más conscientes de lo que se avecina, los sindicatos hacen más ruido, pero sospecho que el resultado será el mismo.

En fin, todo esto viene a que he leído este texto en El País vagamente relacionado con aquella pregunta.

Y a pesar de todo, paso de desanimarme. Como se suele decir, “de derrota en derrota hasta la victoria final”.

21/10/10

decálogo de andar por casa

  1. Que hoy puede ser un gran día es una bobada; que hoy puedes hacer un buen día lo es un poco menos.
  2. Ahora bien, nadie dijo que esto fuese fácil; aunque tampoco que fuera imposible, así que empieza por alguna parte, pero empieza.
  3. Y si no puedes hacer nada ahora, tómate una cerveza, pero si puedes, mejor déjala para otro día.
  4. Eso sí, el peligro está ahí: puedes perder el tiempo quejándote de lo que no puedes cambiar, o hacer algo aquí y ahora. Tú eliges.
  5. Aviso: no hay segundas oportunidades; todas son primeras.
  6. Observación: el pasado y la memoria son cosas distintas; el futuro y la imaginación, también. No te confundas. Por cierto, el futuro va por libre: no demostrará nada. Y si demuestra algo, será demasiado tarde.
  7. Ya sé que no mola, pero es posible que los otros sepan algo que tú no sabes, así que presta atención.
  8. Respecto a las cosas, no te empeñes: a menudo están claras; eres tú el que se lía.
  9. Y no te engañes: o te expones, o te escondes.
  10. Por último: acostúmbrate a protestar. Puedes empezar por esto que acabo de decir.

29/9/10

Kanikosen, el pesquero

En las guerras, el que gana impone su narración; en la política, el que impone su narración, gana.

Desde la crisis financiera de hace dos años, el poder económico y la izquierda han tratado de construir primero, e imponer después, sus respectivos relatos. Y en ambos casos han tratado de construir su discurso como un enfrentamiento entre el “podría” y el “debería”.

El poder económico ha tratado de convencernos, con todos los medios a su alcance, o sea, los de comunicación, de que la situación “podría” ser peor de no seguir una determinada hoja de ruta que pasa por el empobrecimiento de los trabajadores, y por la pérdida de derechos. Y al mismo tiempo trata de convencernos de que el sindicalismo, o sea, la organización colectiva de los trabajadores, “debería” ser mucho más virtuosa de lo que es, más adaptada a los tiempos, más comprensiva con la realidad según la entiende el poder.


La izquierda, por otro lado, trata de explicarnos que el poder político “debería” cambiar las reglas del juego para evitar la repetición de la crisis financiera, y ha dejado de lado el “podría”.


El “podría” es el discurso de la imaginación, y el “debería” es el de la moral, o sea, lo real frente a lo abstracto. Y en esa batalla siempre se impone lo real (porque la realidad, no lo olvidemos, es una construcción de la imaginación). Y por eso esta guerra la va a ganar el poder económico.


La izquierda ha sido totalmente incapaz de construir una narración del mundo que “podría ser” si el poder económico triunfa; ha sido incapaz de contar las historias de los trabajadores de dentro de cinco años, o de diez, o de veinte, mientras que el poder económico sí ha sido capaz de inculcar el miedo al mundo que “podría ser” si no seguimos sus indicaciones. Así que, en un momento en el que deberíamos estar apedreando sucursales bancarias, el descontento se vuelve hacia los sindicatos.


Quien escribe no sabe hacia donde vamos, pero sí sabe de dónde venimos; venimos del pesquero Kanikosen.


En 1929, Takiji Kobayashi escribió “Kanikosen, el pesquero”, un relato durísimo acerca de las condiciones laborales a borde de un buque factoría que faena cerca de la isla de Sajalín. Un trabajo de hambre, maltrato físico y brutalidad, jornadas de trabajo agotadoras e interminables, arbitrariedad, enfermedad, malnutrición y muerte. Kobayashi fue torturado y asesinado por su militancia comunista a los veintinueve años de edad. Esta era la narración entonces:


“Algún directivo inteligente había atado cabos y ligado la empresa a los “intereses del Imperio japonés”. Y sumas ingentes de dinero iban a parar a sus bolsillos. Y, entonces, dentro de su automóvil, pensaba que, para sacar más provecho, presentaría su candidatura a diputado. Exactamente en ese mismo momento, los trabajadores del Chichibu Maru, a miles de millas de distancia, en el oscuro mar del Norte, como un pedazo e cristal roto, se enfrentaban al viento y a las afiladas olas. “!Luchando a vida o muerte!”, pensaba el estudiante mientras descendía las escaleras en dirección a la letrina. “Y eso no es algo que le pase a otra gente”, se decía.”


Unos pocos millones de privilegiados ya no trabajamos en el Kanikosen. En el resto del mundo, cientos de millones de personas siguen en ese barco, y nosotros pensamos, ingenuamente, que nunca volveremos a subir a bordo. Mientras, otros piensan cómo sacar partido de esa ingenuidad.

11/9/10

Sobre presencias y ausencias

Hace algo más de un año, eligiendo diez palabras, dudaba entre pérdida y ausencia. Elegí, con acierto, pérdida, y hablaba de ella como un filo hiriente cuyas caras son la presencia y la ausencia. Decía, también, que en toda ausencia hay una presencia, y que en toda presencia hay ya una ausencia.


Un año después, aquellas palabras cobran todo su sentido. De alguna manera se han encarnado, y esa carne dolorida es la mía. La memoria trae, de golpe, todo lo que ya no está, todo lo que se fue, y el dolor es inmenso. Y uno se pregunta por qué. No por qué se fue (que también), si no por qué su presencia ahora, por qué ese afloramiento de lo que estaba ya cubierto de polvo y tierra. Y la única explicación que encuentro es que solo desde lo insoportable se puede progresar; que sin ello uno transita pero no avanza; que es en el dolor más grande donde uno tiene que decidir si se salva o se condena. Y aquí estoy, caminando por la línea que separa los dos mundos…

30/8/10

Hundertwasser

Como todas las ciudades, Viena da cuenta de la forma de pensar de quienes la planificaron y construyeron, de la sociedad que estos quisieron modelar a través de sus palacios, sus avenidas, su estructura, sus museos y sus viviendas… Pasear por Viena es pasear por el buen gusto, las buenas maneras, el progreso, la modernidad y el orden -el orden arquitectónico, pero sobre todo el orden social-.

Se trata de una ciudad imponente, y esa era la intención de quienes la concibieron a lo largo del tiempo. Una ciudad que se impone a sus habitantes, que se impone a la naturaleza, que impone el trazado recto sobre el paisaje. Quizás esto sea algo común a la mayoría de las ciudades europeas, pero lo que en las demás es un rasgo, en Viena es definitorio: forma parte de su naturaleza más profunda.

Ni siquiera el grupo Secesión, en su intento por llevar el arte vienés al siglo XX, fue capaz de escapar a esa idea del arte como sacerdocio; como una intermediación entre lo sagrado y lo humano en la que el artista señala la supremacía de lo trascendente sobre lo material, sobre el paisaje mismo: es el edificio que se impone al paisaje (de nuevo Génesis 1:28). Cómo entender si no, las palabras de Hermann Bahr: "El verdadero origen del arte y su meta esencial fue, y ha sido siempre, expresar con figuras claras las sensaciones estéticas de una minoría de personas, nobles, puras y altamente organizadas. Después, la masa, que avanza lenta y con dificultad, debe aprender poco a poco de ella lo que es hermoso y bueno". Una forma paternalista de entender el arte muy similar a la forma en la que, aún hoy, por cierto, seguimos entendiendo la política.

Y quizás haya que pasear por Viena para comprender el valor de la obra de Hundertwasser como un intento de conciliar hombre y paisaje, de prescindir del sacerdote y volver a la idea primitiva del “religare”, es decir, de volver a vincular a unos hombres con otros, y los hombres con la naturaleza (como si alguna vez hubieran sido cosas distintas). En palabras del artista:

Desde los tiempos bíblicos, el hombre fue llamado a “dominar sobre la Tierra”. El hombre moderno ha abusado de ese pensamiento y ha matado la tierra. Ahora debemos someternos a la tierra, algo que debería entenderse de forma simbólica y práctica.

Debemos volver a construir casas en las que la naturaleza esté sobre nosotros. Es nuestro deber poner la naturaleza que matamos cuando construimos una casa, de nuevo sobre su tejado. Debemos devolver a la naturaleza los territorios que hemos tomado de ella ilegalmente. La naturaleza que ponemos sobre el tejado es la pieza de tierra que hemos asesinado para construir la casa."


Tanto las casas como el museo Hudertwasser son lo último que uno debería visitar en Viena. Lo primero, sin duda, la Venus de Villendorf en el Naturhistorisches Museum. Deberíamos mirar Viena con los ojos de aquella Venus fascinante modelada a orillas del Danubio hace 20.000 años, y recordar Viena con los ojos de Hundertwasser.