7/11/09

Problemas significativos

Eficacia: capacidad de lograr el efecto que se desea o se espera.

La palabra eficacia es de color verde pálido, el color de la ropa de los cirujanos. Es una palabra limpia como un quirófano, indiscutible como un tratamiento, paralizante como un anestésico. Pocas palabras como ella encarnan la naturaleza esquizoide del sistema en que vivimos: es orden, limpieza, racionalidad, sentido, organización; todo aquello que nadie puede impugnar sin descalificarse a sí mismo. Pero en su reverso, en su cara oculta, es también deseo, expectativa, interés, pero ¿un deseo de qué?

El reinado de la eficacia sería imposible si cada uno de nosotros -y quizás antes que nadie los tecnólogos- no hubiésemos confundido de manera fatal la neutralidad de la tecnología con la neutralidad de su uso: las leyes del electromagnetismo son las mismas en un aparato de tomografía atómica computerizada que en el radar que guía un misil. La oficina donde el tecnólogo realiza sus proyectos no es distinta en un caso y en otro, ni la titulación, ni la ciudad en la que vive, ni el coche que conduce, ni, sobre todo, las ecuaciones que emplea, los métodos… El mundo de las consecuencias queda lejos, muy lejos, y el eco de esos efectos nos llega a través de medios que, por su propia naturaleza, mutan la realidad en ficción desactivando así la potencia transformadora de los hechos vividos. Así que el tecnólogo cena tranquilo sin distinguir el telediario de una película, y la mañana siguiente, preocupado por el cambio climático, acude en bicicleta a la oficina donde estudiará cómo inundar el mercado con productos cuyo único fin es el consumo.

Sin equiparar la neutralidad de la tecnología y la de su uso sería imposible el mundo eficaz en el que vivimos. Es ese poderoso efecto descontextualizador de la tecnología lo que permite hablar de eficacia.

Pero la eficacia no es neutra, ni racional, ni limpia, ni ordenada: la eficacia está siempre al servicio de algo y de alguien, y muy a menudo también sirve para ocultar algo. Por eso estamos obligados a preguntarnos cuál es ese deseo al que sirve la eficacia, si somos partícipes de ese deseo, si es el nuestro, incluso si es justo. Porque la naturaleza no atiende a voluntad alguna, pero nosotros sí.

Vuelvo de nuevo al libro de Gopegui:


- Una vez vino a La Habana un financista de compañías farmacéuticas y me tocó acompañarlo. Me dijo que ellos distinguían entre problemas serios y problemas significativos. Un problema serio era, por ejemplo, un problema que afectaba a muchas personas. Pero ellos no se dedican a los problemas serios sino a los significativos, que eran los que reportaban ganancias.

[…]

A nosotros nos acabará pasando eso, escritor, y ojalá, ojalá me equivoque. Está muy bien lo del autofinanciamiento mientras haya cierto control. Si un laboratorio tiene que elegir entre investigar una vacuna para una enfermedad tropical o una crema antiarrugas, y presenta un proyecto diciendo que va a autofinanciarse con la crema, le dirán que no lo haga. Hasta que se necesite que lo haga. Y hasta que el propio laboratorio sólo escoja proyectos significativos, quizás no tan sangrantes como el de la crema, pero tampoco muy diferentes. Para entonces ya habrá interiorizado el valor de la eficacia.

- La eficacia no es mala – dijo Orellán.

- ¿Estás seguro? La eficacia, aquí, suele querer decir máxima rentabilidad a costa de lo que sea y de quién sea. Ya tú lo sabes. No era un mal hombre el financista con el que hablé. Era un tipo eficaz.



p.d. Y sin embargo, hay gente como Gervasio Sánchez. Siento que sus amigos de soitu.es no hayan llegado a esto por una semana.

1 comentario:

maliul dijo...

Me alegra ver que vuelves a escribir con frecuencia y me haces pensar con estos posts!
malu