11/4/09

Amor

Amor, la palabra más difícil.

Roland Barthes habla de figuras que se suceden al capricho del azar, y aunque la imagen nos remita fácilmente a nuestra propia experiencia amorosa, el misterio queda intacto. Porque el misterio del amor no es el qué, sino el hecho asombroso de que algo semejante exista.

Barthes habla de afirmación de un discurso abandonado por el resto, pero esto es perder de vista el hecho para sustituirlo -de manera algo fraudulenta- por el contexto. Quizás sea imposible hablar del amor sin hablar del contexto, como no se puede hablar del amor sin hablar del sujeto y del objeto, pero desde luego lo que es imposible es hablar del amor sin hablar de salvación, o si se quiere evitar el sospechoso fardo que esa palabra lleva a cuestas, de sanación. Porque si hay algo misterioso en el amor no es la fuerza que confiere al que ama, ni su existencia al margen de lo social, ni el evidente fracaso al que está destinado cualquier intento del lenguaje por aprehenderlo -el amor es el único silencio que la palabra reconoce-; el verdadero misterio es la capacidad del amor bueno para salvarnos de nosotros mismos.

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