Un aerolito en el cine puede ser una amenaza de proporciones apocalípticas. En el cielo claro de Agosto es una razón para pasar la noche mirando las estrellas. En mi barrio, un aerolito es un milagro con el que uno se cruza cada vez que sube al Metro.
En un pequeño descampado, rodeada por tres calles que se prolongan justo lo que alcanza su perímetro, a una prudente distancia de los típicos edificios de la reciente oleada de ladrillismo, hay una pequeña construcción solitaria superviviente de lo que fueron los Villaverde y Usera de los años cincuenta. Era aquel un barrio donde los inmigrantes llegados de Extremadura, Andalucía, Galicia, o alguna de las dos Castillas, levantaban sus casas casi de un día para otro -como las que hoy se ven, por cierto, en esa ciudad fantasma que es la Cañada Real Galiana-. Que una casa así esté hoy en la calle del Aerolito no deja de tener su aquel -la realidad tiene su gracia creando poemas visuales-.
Alguien debió ofrecerles un salida con forma de cheque, pero a mí me gusta pensar que esos viejos que en verano sacan las sillas a la calle, están exactamente donde quieren estar: en una calle que no viene de ningún sitio y que no va a ninguna parte; porque al que está donde quiere estar, todos los caminos le sobran.
Cada vez que paso miro la casa con asombro y también con cierta envidia; envidio el árbol en el patio, el coche impecable a lo “Cuéntame”, las persianas verdes de tablilla de madera, tanta vida acumulada entre las paredes encaladas; pero lo que envidio sobre todo son esas tres calles que no van a ningún sitio. Esa es la calle en la que quiero vivir, la calle del Aerolito, caída del cielo en cualquier lugar, rodeada de cualquier cosa, pero llena de sí misma, olvidada de todo lo que la rodea.
2 comentarios:
niño, cada dia te superas y te acercas mas a la poesia... un besoooo
Estoy de acuerdo. Una buena forma de empezar el día de reyes y volar para Tenerife. Precioso.
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