A mí con el sentido común me ocurre como a aquel nazi con la palabra cultura: cuando oigo la expresión, me hecho la mano al cinto. Si hay una expresión tramposa, es esta. Es, como pocas, una expresión de la soberbia y la pereza; soberbia porque niega cualquier explicación –es de sentido común, no necesito decir más-, y pereza porque supone la negativa a seguir pensando –es de sentido común, no necesito pensar más-.
Hay palabras y expresiones hacia las que uno siente un rechazo especial. La mía es esta. Cuando alguien la menciona, tengo problemas para seguir con la conversación. Si dijera que la odio, creo que no estaría lejos de la verdad.
No soy de los que leen buscando la identificación con lo leído –demasiado fácil, prefiero lo desconocido que obliga al esfuerzo-. Sin embargo, si la identificación es con el esfuerzo que el texto realiza, y no con el texto en sí, el libro se convierte en algo parecido a un amigo. Esto me ha ocurrido con Un hombre afortunado, de John Berger. Les dejo un párrafo:
Sassal disfrutaba corriendo ese peligro. El pensamiento que no entraña riesgos equivalía para él entonces a asentarse en tierra firme. “Hace muchos años que el sentido común es para mí un tabú, salvo, tal vez, cuando se aplica a problemas muy concretos y fáciles de evaluar. Es mi mayor enemigo en el trato con los seres humanos, y mi mayor tentación. Me tienta a aceptar lo obvio, lo más fácil, la respuesta que está más a mano. Me ha fallado casi siempre que lo he utilizado, y solo Dios sabe cuántas veces he caído y todavía caigo en la trampa.”
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