El que la hace la paga. Tienes que ser responsable y hacerte cargo de las consecuencias. Los responsables pagarán por ello.
Del hablar común hay que desconfiar porque nos acerca a la verdad por un estrecho camino. Dejando de lado esta objeción –no menor-, queda esa verdad a la que el hablar se refiere: en lo que nos ocupa, que la justicia no es otra cosa sino la reparación de una deuda. La ley, así las cosas, no es más que el acuerdo sobre fijación de precios vigente en cada momento para saldar esa deuda, un acuerdo hasta cierto punto arbitrario, convenido y pactado, cambiante, sujeto a modas. Pero la variabilidad histórica en el acuerdo no hace menos cierta la verdad anterior: la justicia no es sino la reparación de una deuda.
Vivimos en un mundo que hace tiempo abandonó cualquier ideal de justicia a favor de formas más o menos disimuladas de rapiña. Sin embargo, quizás por una cuestión de formas (o sea, de hipocresía), nuestro hablar sigue hablando de ella. Así, los ególatras, narcisistas y psicópatas que suelen dirigir las instituciones empresariales, financieras o estatales que nos conducen derechitos al desastre, hablan de las “responsabilidades del cargo”, o sea, de la deuda que tenemos con ellos. Han conseguido convencernos de que dirigir lo que sea en beneficio propio nos hace al resto deudores hasta un extremo tal, que cualquier remuneración monetaria está justificada para saldar esa deuda.
Se trata del único caso en que responsabilidad y acreedor de la deuda coinciden en el mismo sujeto. O sea, que aquí el responsable cobra en lugar de pagar. Lo asombroso es que la cosa cuela, lo que dice muy poco del resto de nosotros.
Algunas objeciones: la responsabilidad no es un atributo de la posición -el padre, el jefe-, sino la consecuencia de un acto previo. Y si la responsabilidad es la consecuencia de un acto, ¿hemos de entender acaso, que estamos pagando por adelantado a unas personas por las consecuencias que sobre esas mismas personas tendrán los errores que cometan en el futuro? Basta con mirar alrededor para ver que esto no es así: en el pago por la responsabilidad hay pago, pero no hay responsabilidad. Se cometen errores, claro, pero somos el resto los que pagamos, mientras los responsables se desentienden, e incluso, en un último acto de cinismo, nos devuelven la responsabilidad al resto -jefes culpando a los empleados de los malos resultados, banqueros culpando a los ciudadanos por endeudarse, políticos hablando de un vivir por encima de no sé qué posibilidades, entrenadores culpando a los jugadores, y podríamos seguir-. Visto que no era responsabilidad lo que estábamos pagando, ¿qué era entonces?
Hay una alternativa a esta forma de hacer las cosas. Se trata de una alternativa mucho más difícil, pero también más justa y verdadera: desconfiar de los farsantes que acarrean “la pesada carga de la responsabilidad”. No delegar y distribuirnos esa carga colectivamente. Hay una razón poderosa para ello: es mucho más fácil ser injusto con los demás que serlo con uno mismo.
5 comentarios:
Soy nuev aquí.
Leyéndolo, me doy cuenta de que sus escritos me gustan, me invitan a pensar, a reflexionar, pero...me llenan de nostalgia¡Qué tiempos aquellos en los que discursos similares bastaban para llenarme, regodearme, alterarme, afianzarme y después calmarme!
Una duda me corroe sin embargo. El rótulo de su blog ¿es acaso un sibilino recurso para recalcar lo que la línea argumental del mismo denuncia? Si no fuese así, me parecería una retorcida paradoja. Saludos.
Hola Anonim
Tampoco a mí me calma lo que escribo. Más bien al contrario.
Sobre el título del blog, se trata de una advertencia, tanto para mí como para los que leen: cuando uno habla, ¿quién habla? Una pregunta antigua sobre la que se ha escrito algo en este blog (http://lamanodelventrilocuo.blogspot.com.es/2011/06/font-face-font-family-times-new-roman.html o aquí http://lamanodelventrilocuo.blogspot.com.es/2012/02/david-icke.html).
El título del blog es una invitación a desconfiar de lo que se lee. Siempre.
Bienvenid al blog, y gracias por el comentario.
Y añado: es una invitación a desconfiar de lo que uno escribe. Siempre.
Personalmente prefiero preguntar, cuestionar. Desconfiar de todo, todo el rato (de lo leído y de lo escrito, incluso de lo vivido) es…¡ agotador!, no del todo efectivo y con un regusto, como poco, amargo.
Es dificil cuestionar si uno no desconfía de la respuesta primera, de la obvia, o de la establecida.
En cualquier caso, el desconfiar es como el beber: un poco sienta bien, demasiado enferma.
Servidor suele desconfiar un par de vasos, no más.
Sditos
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