16/9/09

Como me quite el cinto…

Poco podía sospechar yo que entre los lectores de este blog se encontraría doña Esperanza Aguirre y Gil de Biedma, a la sazón presidente de la Comunidad de Madrid -territorio también conocido como Aguirrestán-.

Me explico. Hace algo más de un año publicaba aquí un post en el que incluía lo que aquí extracto:

Autoridad

La autoridad del médico es la autoridad del conocimiento. Uno se somete o no al tratamiento, pero no cuestiona la autoridad del médico. En cuestiones de medicina, su autoridad no se discute.

La autoridad del policía es la autoridad de la violencia. Al policía le está permitido ejercer una violencia que al resto nos está prohibido. No tiene porqué ejercerla, pero es la fuente de su autoridad.

La autoridad del profesor, ¿debe ser la del médico o la del policía?

[...]

Y sin embargo, a pesar de estas preguntas, confiamos en que:

1– Una ley devolverá al profesor la autoridad perdida –de nuevo preguntamos: ¿la del conocimiento o la de la violencia?–.

2– Una ley transformará al niño rebelde, agitador, subversivo, insubordinado en un adulto esforzado y responsable.



Pues bien, a doña Esperanza le ha costado más de un año decidirse, pero ya tiene la respuesta.

A menudo se tacha al político de ignorante -no sin razón-, pero si un defecto supera en ellos a los otros -ya que está en el origen de todos los demás- es su absoluta falta de ironía: cuando dice algo, eso es exactamente lo que quiere decir. Se trata, es verdad, de un defecto de su discurso antes que de su persona, pero esa falta de ironía da la medida de la consideración que los políticos tienen de todos nosotros: nos hablan como si fuésemos gilipollas -y quizás no les falte algo de razón, pero estaría bien que se les notase intención de cambiar esto en lugar de aprovecharse, o al menos que fingiesen algo de disimulo-.

En fin, resulta que lo que uno escribe en forma de ironía, tratando con ello de hacer ver lo absurdo del planteamiento –pongamos por caso la autoridad por decreto-, alguien como la presidente lo lee y exclama “!ah, qué gran idea!” y aquí estamos ahora, con la presidente proponiendo una gilipollez, y el personal dándole palmas…

A principios de este año señalaba Alejandro Gándara -en un post para enmarcar-, que los centros educativos hoy –se entiende que los públicos, y se entiende que los pobres- no son más que cárceles más o menos camufladas. Pues bien, se acabó la ficción: ya tenemos carceleros.

Es natural que cuando uno se enfrenta a lo desconocido -y vaya si los jóvenes los son para nosotros-, tire de las viejas recetas -esas con las que nos sentimos seguros-. Si bien no hay nada que objetar a esta primera reacción, hay todo que objetar a que esta se convierta en la segunda, y la tercera, y la cuarta. Ese empecinamiento en el error es de todo punto censurable. Así España, país que hasta hace nada no ha conocido otra manera de resolver las cosas que esa sostenida en la autoridad emanante del escroto, resuelve que la mejor forma de enfrentarse a una generación de jóvenes que ni entendemos, ni puta falta que nos hace, es tirar de cinto como se ha hecho toda la vida.

Vale, tía.

En fin, hoy Gándara también escribe sobre esto. Aquí se lo dejo:

El maestro y la porra

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