No me engaño: hay pobres malos y ricos buenos. Ahora bien, lo que esto viene a demostrar es, precisamente, la maldad del sistema de clases: no sirve para seleccionar a los mejores, sino para mantener los privilegios –con las oportunas excepciones, que lejos de desmentir la norma, la confirman–.
Por supuesto, hablar de selección es hablar de educación –el más poderoso de los instrumentos de transformación o de perpetuación social, según el caso–. Desde la derecha se nos ha venido diciendo que la selección en la educación ha de estar basada en el mérito, en el esfuerzo, que hay que seleccionar y separar a quienes se esfuerzan de los que no, para no lastrar el desarrollo de los primeros. Difícil de rebatir, ¿o no? Pues no tanto. El que compra este argumento se lleva, sin saberlo, un dos por uno: con la idea de la selección por mérito se lleva también la de que el esfuerzo precede a la educación –que en atletismo sería como decir que la marca precede al entrenamiento–. Por supuesto, esto es falso: la educación es el entrenamiento y el esfuerzo es la marca, el resultado. Así, lo que el ingenuo ciudadano acaba de comprar es exactamente lo contrario de lo que creía: un sistema educativo que premia... ¡los privilegios!
¿Cómo, cuándo y dónde aprende uno el valor del esfuerzo? Se habla de él como si no tuviese nada que ver con el entorno más inmediato, o sea, con la familia, o sea, con la clase. Como si vivir en un entorno estimulante fuese lo mismo que vivir en uno que no lo es. Como si el niño de la Cañada pudiese adivinar las vidas que no tiene y que necesita conocer para tener la oportunidad de cambiar la suya. Precisamente por todo esto es por lo que la derecha habla de la libertad de los padres para elegir la educación de los hijos –porque los privilegios, o su ausencia, se perpetúan por línea familiar–. Y de ahí los itinerarios: segregación, no contaminación de unas capas con otras, en definitiva, autopista de pago para unos y carretera nacional para el resto. Así, el hijo del barrendero difícilmente será notario y el hijo del notario difícilmente será barrendero. Cada uno donde le toca. Por eso hay que empezar a hablar de la libertad del niño frente a la libertad de los padres.
En La Escuela Moderna, escrita a principios del siglo XX, dice su autor, Ferrer i Guardia –hoy en día existe una fundación con su nombre–, lo siguiente:
"No tememos que decirlo: queremos hombres capaces de evolucionar incesantemente; capaces de destruir, de renovar constantemente los medios y de renovarse ellos mismos; hombres cuya independencia intelectual sea la fuerza suprema, que no se sujeten jamás a nada; dispuestos siempre a aceptar lo mejor, dichosos por el triunfo de las ideas nuevas y que aspiren a vivir vidas múltiples en una sola vida. La sociedad teme tales hombres: no puede, pues, esperarse que quiera jamás una educación capaz de producirlos." (1)
Se me atragantan las historias de salvación. De qué manera me encabrona la historia de ese chico pobre, delincuente, que “rehace” su vida a los treinta años. Esa historia no es la historia de su salvación; es la historia de nuestro fracaso. El niño no tiene porqué esperar a ser un adulto para saber que le hemos hurtado sus vidas posibles. Debimos darle su oportunidad desde el principio. Es, desde luego, una cuestión de justicia, pero también de cordura: no estamos como para desperdiciar el talento –pero esto no lo comprenderemos hasta que no pensamos en términos de comunidad–.
El presupuesto de la educación pública apenas alcanza a cubrir el gasto corriente: nóminas, facturas, infraestructuras... Por otro lado, los padres delegan mayoritariamente la educación de sus hijos en ese mismo sistema impotente –esperando un milagro que no va a suceder sin su participación–. Entonces, ¿qué hacer? Los padres tienen que participar, y esto significa horas libres en el trabajo para interesarse e intervenir en lo que sucede en los colegios –y hace falta, además, que tengan voluntad de hacerlo–. ¿Y la autoridad de los profesores? No la dará ninguna ley; la darán los padres y los resultados. Pero por encima de cualquier otra cosa, mejorar el sistema educativo público pasa por poner dinero sobre cada pupitre.
Como siempre, habrá que empezar por cambiar el lenguaje para cambiar las cosas. Quizás sea el momento de hablar de repartir en lugar de seleccionar. De nuevo Belén Gopegui:
“Había cogido un libro de Miguel Hernández, de mi madre. [...] Estaba leyendo cuando, junto a dos versos, encontré dos cruces, dos equis de multiplicar pintadas con lápiz, diminutas, la forma de subrayar los libros que siempre usaba mi madre. Los versos: “Vine con un dolor de cuchillada, / me esperaba un cuchillo a mi venida”
[...]
Mi madre ha imaginado un lugar en donde el infortunio no sea una ración oscura y trágica para unos cuantos seres. Será una parte de la vida que pueda compartirse, tanto como la fortuna. Y habrá instituciones, conductas, lugares. Aunque el dolor vaya a doler en unos cuerpos sobre todo. Cuando los trabajos más cansados y más duros estén bien repartidos y justamente remunerados por ser la comunidad quién los reparta y no ser una cuestión de haber llegado el último o sin herencia, entonces algo parecido ocurrirá con el dolor, no existirá la frase “te ha tocado” sino una comunidad compartiendo el dolor que haya venido a posarse en esa familia, en esta calle, allí.”
(1) Cita gentileza de Balsera.
2 comentarios:
Por alguna razón, el siquiente comentario de anónimo no ha sido publicado en el blog:
Estimado ventrílocuo: hay un apartado que se te ha olvidado incluir, y que es fundamental para basar la argumentación. ¿Qué es la educación? Porque educar no es sólo dar formación académica, a través un educador que dispone de "autoridad". Educar es conseguir que el niño (y el adulto, que nunca debería considerarse educado totalmente) sea consciente de todas sus capacidades y las ponga a "funcionar" para lograr su plenitud personal.
Educar significa hacer a alguien autónomo, capaz de decidir por sí mismo y de enfrentarse a todas las situaciones que se encuentre en su vida (tenga los años que tenga). Es dar criterios, basados en la experiencia personal y ajena, para que el educando sea capaz de establecer y clarificar los principios básicos de SU comportamiento y sea responsble de ellos. Pero sobre todo, educar es darle la posibilidad de ser libre, puesto que cuando uno escoge en función de esos principios no se necesitan recetarios de comportamiento impuestos desde fuera (bien sea el padre, el profesor o el político de turno).
Así pues, educar a un niño en el esfuerzo no debe hacerse bajo la autoridad del conocimiento o de la fuerza, sino que el niño asimile el beneficio que tiene, por lo que se "consigue" por ello (o deja de conseguirse). Si el valor del esfuerzo no tiene recompensa o la recompensa se obtiene sin esfuerzo, entonces se vacía de sentido, y por tanto se rechaza.
En el caso del niño, los padres son los responsables (otra palabra que no aparece en el texto)primeros de la educación del hijo. Y como tales tiene el derecho (ya que se le supone el deber) de poder decidir cuáles van a ser los criterios que quieren transmitirles a los hijos. Un niño de la Cañada Real puede tener una mejor educación que cualquier privilegiado de la élite, y probablemente entienda mucho mejor el significado del esfuerzo como valor. Por tanto, como parece que, al final, la educación de un niño depende de la educación de sus padres, preocupémonos los adultos de estar convenientemente educados.
Y no olvidar que un niño no puede decidir por sí mismo hasta que no disponga de criterios con los que hacerlo, no sólo el del "no-esfuerzo" o el "me apetece". Creo que cuando se alcanza ese estadio de la educación deja de ser niño y pasa a ser adulto ...
Un saludo
Anónimo, no era intención de este post definir la educación, sino, simplemente, revelar algunas de las trampas mediante las que se trata de hacer pasar una cosa por lo que no es.
Dicho esto, si tuviese que definir qué entiendo por educación, diría, como tú, que significa "hacer a alguien autónomo, capaz de decidir por sí mismo", aunque no diría que "es dar criterios", sino todo lo contrario: ayudar al niño a que desarrolle los suyos -y no digo elegir, sino desarrollar-.
Por supuesto, estoy de acuerdo con eso de que "educar es darle la posibilidad de ser libre", o sea alejar a la persona de todo dogma -educar contra el dogma-. Discrepo, eso sí, de que eso pueda hacerse desde un lugar que no sea "la autoridad del conocimiento". Es el conocimiento lo que permite tanto el criterio como la libertad. El esfuerzo es simplemente una capacidad que se desarrolla durante el viaje. Creo que si el niño no reconoce la autoridad del conocimiento, si el conocimiento no despierta su interés, nunca habrá esfuerzo -solo dolor-. La cuestión, pues, no es cómo educar el esfuerzo, sino cómo despertar el amor por el conocimiento -lo otro vendrá solo-. Y sí, esto no es fácil, lo sé...
Un padre sin educación, ¿puede ser "responsable" de la de sus hijos? ¿De qué sirve plantear el asunto en estos términos? En efecto, yo no hablo de responsabilidad, pero sí de participación. Creo que la importancia que atribuyo a los padres en la educación es evidente en el post, ahora bien, "hacerles responsables" solo sirve para atribuir culpa, pero dudo que eso ayude a comprender lo decisivo de su participación. Por eso prefiero no hablar de "responsabilidad" y sí de "participación". Hay que hacer partícipes a los padres de la educación de sus hijos, y su presencia en los colegios, como sugería en el post, me parece un camino interesante. El contacto con profesores puede ayudar a comprender qué papel pueden jugar y cómo jugarlo -o sea, como dices, "educar a los padres"-. Decir que son responsables sin ayudarles a ejercer esa responsabilidad, me parece inútil.
Respecto al "derecho de los padres (ya que se le supone el deber) de poder decidir cuáles van a ser los criterios que quieren transmitirles a los hijos", sabes, igual que yo, que es un derecho limitado. Los padres no tienen derecho a educar a sus hijos en según qué ideas.
De tu último párrafo intuyo que no me he explicado bien. Yo no niego la importancia del esfuerzo -creo que eso lo he dejado más que claro-. Lo que pongo en duda es el orden de precedencia generalmente aceptado entre esfuerzo y educación. Si se consigue que un niño "se enamore" de la música, no tendrá que inculcarle ninguna noción de esfuerzo; lo que tendrá que hacer, posiblemente, es lo contrario: quitarle la guitarra de las manos para que se vaya a dormir.
Dices que "un niño de la Cañada Real puede tener una mejor educación que cualquier privilegiado de la élite". No lo niego -todo es posible-, pero te ruego que no pensemos en él como una mera posibilidad teórica; piensa en él como un niño de carne y hueso. A mí me gustaría conocerlo, pero creo que nos costaría mucho encontrarlo. Y eso es lo que trataba de decir: no es la posibilidad de que existe ese niño lo que se discute; es lo injusto de que ese niño sea tan solo una posibilidad.
Gracias por tu comentario.
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