20/12/13

432

El 2013 llegó mientras daba buena cuenta de un bocata de lomo y una coca cola en el campo base del Aconcagua. Releía en aquellos días En los oscuros lugares del saber, de Peter Kingsley. Para empezar la crónica del viaje usé un texto del libro, misterioso como un koan -que señala el camino y oculta el secreto-:

“Por lo general, cuando algo nos es ajeno se debe a que no guarda ninguna relación con nosotros, ni nosotros con ello. Sin embargo, lo que nos resulta menos familiar es lo que tenemos más cerca y hemos olvidado."

¿Qué es eso que tenemos más cerca y hemos olvidado? A menudo subrayo frases que no entiendo. Las guardo a la espera de que encuentren su sitio. Elegir esa cita era una forma de predisponerse a escuchar la voz de lo olvidado. Meses después de Kingsley llegó William Blake y su Voz del Diablo:

"El Hombre no tiene un Cuerpo distinto de su Alma; pues lo que llamamos Cuerpo es una porción de Alma discernida por los cinco Sentidos, las puertas principales del Alma en esta era".

Kingsley formula la pregunta. Blake señala el camino...

Hace un tiempo distinguía Alejandro Gándara entre derrota y fracaso. Sobre el fracaso decía:

"Resulta que no te ha salido bien y tú lo sabes. No importa lo que te digan. Tú lo sabes. (Claro que vas a buscar la aquiescencia por los alrededores y que vas a mentirte cuanto puedas, lo que pasa es que de todos modos vas a enterarte de que no eras tan bueno como pensabas). He aquí el fracaso. Y con eso hay que ponerse a lidiar, cosa que a nadie le gusta y que muy pocos hacen (si es que hay alguno). En mi opinión, de esta falta de valor para encarar la propia insuficiencia procede gran parte de la miseria y de la maldad de los individuos."

En algún momento uno se da cuenta de que esa sensación de fondo que nos acompaña a menudo, parecida a la tristeza o a la melancolía, no tiene nada que ver con lo que ocurre fuera, sino con lo que está dentro y no dejamos crecer. La tristeza no es otra cosa sino la voz de esa parte ignorada; de lo que tenemos más cerca y hemos olvidado. Y el fracaso tiene mucho que ver con eso. Fracasar es no dejarse ser, aceptarse incompleto, persistir en el olvido... Hay un camino alternativo: usar el fracaso como impulso para saber quién eres, y darte la oportunidad de serlo.

Sospecho que lo que necesitamos está ya en nosotros. Para encontrarlo solo tenemos que aprender a mirar, aprender a escuchar, aprender a respirar. Este ha sido un año de incertidumbre, de soledad a veces, de claridad otras, de errores y equivocaciones, de casualidades y sorpresas, de descubrimientos, de apertura y aprendizaje, pero también de momentos de atención plena en los que por un instante desaparece el yo que nos separa del mundo y con él la tristeza. En aquella montaña encontré la motivación, y quizás también ciertas claves, para empezar la búsqueda de esa mitad olvidada. Kingsley y Blake señalaban la dirección en la que había que moverse: hacia el cuerpo, hacia los sentidos, hacia la tierra. Dudo mucho que haya completado la tarea, pero nos movemos.

El año pasado traje aquí un cuento de Italo Calvino. Este año os dejo una carta de Laurie Anderson, la compañera de Lou Reed. Como en el cuento de Marco Polo y el Gran Kan, la carta de Laurie es una invitación a descubrir todo lo milagroso que hay en lo cotidiano, a ver todo lo bueno y lo bello que nos rodea, y que tanto empeño ponemos en pasar por alto:


Hagamos que dure, y dejémosle espacio…

3 comentarios:

Director dijo...

Pues sí, amigo. Totalmente de acuerdo. Te deseo un buen viaje!

Bellavida dijo...

Eso es, la felicidad está en los detalles más pequeños y más cercanos, es cuestión de tener 5 segundos para reconocerlos. ¡Ya me dirás donde te vas esta vez!

La mano del ventrilocuo dijo...

Me he acostumbrado al "me gusta" del face y se me hace raro no poder usarlo aquí... Bellavida, quién eres?