Igjugarjuk era un chamán esquimal caribú de una
tribu que habitaba las tundras del norte canadiense. De joven había tenido
constantemente sueños que no podía interpretar. Desconocidos y extraños seres
se acercaban y le hablaban; y cuando se despertaba lo recordaba todo tan
vívidamente que podía describirlo exactamente a sus amigos y familia. La
familia, preocupada, pero sabiendo lo que ocurría, le enviaron junto a un viejo
chamán llamado Peqanaoq, quien, tras diagnosticar el caso, colocó al joven en
un trineo lo suficientemente grande para que pudiese sentarse, y en lo más
crudo del invierno –en la absolutamente oscura y helada noche del invierno
ártico- le llevó a un lejano yermo ártico y allí construyó para él un pequeño
refugio de nieve con apenas sitio para sentarse con las piernas cruzadas. No le
estaba permitido ponerse de pie sobre la nieve, pero fue llevado del trineo al
refugio y le sentó en un trozo de piel en que apenas cabía. No le dejó ni
comida ni bebida. Le fue dicho que pensase solo en el Gran Espíritu que
aparecería, y fue dejado allí solo durante treinta días. Cinco días después el
anciano regresó con algo de agua caliente para beber, y al cabo de quince días
más, con una segunda bebida y un poco de carne. Pero eso fue todo. El frío y el
ayuno eran tan severos que, como Igjugarjuk le contó a Rasmussen, “a veces
moría un poco”. Y durante todo ese tiempo pensó y pensó, y pensó en el Gran
Espíritu, hasta que, hacia el final de la penosa experiencia, de hecho llegó un
espíritu benéfico en forma de mujer que pareció materializarse en el aire.
Nunca volvió a verla, pero se convirtió en su espíritu benéfico. Entonces, el
chamán más viejo le llevó de nuevo a casa, donde le fue ordenado ayunar y estar
a régimen durante otros cinco meses; y, tal como contó a su huésped danés,
dichos ayunos, a menudo repetidos, son los mejores medios para alcanzar el
conocimiento de las cosas escondidas. “La única sabiduría verdadera”, dijo
Igjugarjuk, “vive lejos de la humanidad, en la gran soledad, y sólo puede ser
alcanzada mediante el sufrimiento. Solo la privación y el sufrimiento abren la
mente de un hombre a todo lo que permanece escondido para los demás”.
Los mitos
Joseph Campbell
Editorial Kairós
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