Responsabilizar al otro.
26/5/12
14/5/12
No nos representan
“!Que no, que no, que no nos representan, que
no!”.
El 15M tiene un subconsciente, y el
subconsciente nos hace decir cosas que no sabíamos, o no creíamos haber dicho.
El eslogan más conocido del 15M es un buen ejemplo. Paradójicamente, se trata
de un eslogan que trabaja en dirección contraria al 15M (cosas del
subconsciente).
Empecemos proponiendo que se trata de un
movimiento fundamentalmente “metodológico”, no “programático”; es decir, de un
movimiento que prima el cómo hacer política sobre el qué políticas hacer. No es
que las políticas no sean importantes, sino que es más importante la manera de
decidirlas. Sobre esto se podría hablar largo y tendido, pero dejémoslo en que
un cambio en el sujeto político significa un cambio de políticas.
Propongamos también que la política, hoy, se
entiende como un objeto de consumo, y como tal objeto, los partidos funcionan
como la televisión: uno compra el aparato, y después el aparato mostrará lo que
otros deciden mostrar. El comprador no tiene más opciones que seguir viendo
cabreado ese canal, cambiar de canal, o apagar el aparato. Lo que no puede
hacer es interpelar a quien sea que esté al otro lado.
El 15M rompió la pantalla del televisor y se
presenció en medio del plató: “no queremos que sigan diciendo que programan lo
que el público quiere; el público somos nosotros y venimos a pensar qué
queremos ver”. No a decir qué queremos ver, sino a pensar qué queremos ver.
Pero volvamos al subconsciente aflorando en el
habla. Si el movimiento hubiese dicho “nadie nos representa”, no hubiese habido
lugar a equívoco. El problema al decir “[ellos] no nos representan”, es que
pone el foco sobre el “ellos” en lugar de sobre el “no nos representan”, y esa
perspectiva hizo pensar a muchos que el propio movimiento podía llegar a ser un
“ellos” nuevo que sí nos representara. Muchos vieron en el 15M el embrión de
una nueva opción de consumo, un “estos sí me representan”. No era eso. El 15M nos invitó a todos a no ser espectadores, sino participantes.
Y ahí es donde empezamos a mirarnos los unos a
los otros con extrañeza, como si hubiésemos sintonizado un canal con una
película birmana sin subtítulos: sencillamente, no sabemos cómo participar, no
queremos asumir esa carga (que lo es). Preferimos que nos representen,
ahorrarnos el trabajo de participar, de escuchar a otros para aprender, para
construir colectivamente. Preferimos votar a un partido que sabemos que no hará
nada de aquello que promete y después enfadarnos cínicamente, como si nos
pillase por sorpresa la mentira tantas veces repetida.
Se oye decir que el 15M ya no es lo que era,
que se ha “radicalizado”. Suena a excusa. Si eso es cierto, es porque un día
dejamos a unos pocos pensando en el plató, nos volvimos a casa y encendimos la
televisión a ver si algo había cambiado, pero solo estaban los viejos programas
de siempre. No fue el 15M quién se alejó de la sociedad; fue la sociedad la que
se alejó del 15M. El movimiento no es de nadie y es de todos; de todos los que
están en las plazas.
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