En Universos Paralelos, Michio Kaku cuenta:
Cuando exploran el firmamento en busca de vida inteligente, los físicos no buscan pequeños hombrecitos verdes, sino civilizaciones con producción de energía de tipo I, II y III. La categorización fue introducida por el físico ruso Nikolai Kardashev en los años sesenta para clasificar las señales de radio de las civilizaciones posibles en el espacio exterior. […]
Una civilización de tipo I es la que ha aprovechado formas planetarias de energía. Su consumo de energía puede ser medido con precisión: por definición, es capaz de utilizar toda la cantidad de energía solar que llega a su planeta, es decir, 1016 vatios. Con esta energía planetaria, podría controlar o modificar el clima, cambiar el curso de los huracanes o construir ciudades en el océano. Estas civilizaciones dominan realmente su planeta y han creado una civilización planetaria.
Una civilización de tipo II ha agotado la energía de su planeta y ha aprovechado la energía de una estrella entera, es decir, 1026 vatios aproximadamente. Es capaz de consumir toda la producción de energía de su estrella y concebiblemente podría controlar los destellos solares e inflamar otras estrellas.
Una civilización de tipo III ha agotado la energía de un solo sistema solar y ha colonizado grandes proporciones de su propia galaxia. Esta civilización puede utilizar la energía de 10.000 millones de estrellas, es decir, 1036 vatios aproximadamente.
Cada tipo de civilización difiera del siguiente tipo más bajo por un factor de 10.000 millones. […]
Aunque el vacío que separa estas civilizaciones pueda ser astronómico, es posible estimar el tiempo que podría tardarse en conseguir una civilización de tipo III. Partamos de la base de que una civilización crece a una tasa modesta del 2 al 3 % en su producción anual de energía. (Es una presunción plausible, ya que el crecimiento económico, que puede calcularse razonablemente, está directamente relacionado con el consumo de energía. Cuanto mayor es la actividad económica, mayor es la demanda de energía. Como el crecimiento del producto interior bruto, o PIB, de muchas naciones es del 1 al 2 % al año, podemos esperar que su consumo de energía crezca más o menos al mismo ritmo.) A este modesto ritmo, podemos estimar que nuestra civilización actual se encuentra aproximadamente a una distancia de entre 100 a 200 años de alcanzar el estatus de tipo I. Nos costará aproximadamente de 1.000 a 5.000 años alcanzar el estatus de tipo II, y quizás de 100.000 a un millón de años alcanzar el de tipo III. A esta escala, nuestra civilización hoy en día puede ser clasificada como civilización de tipo 0, porque obtenemos nuestra energía de plantas muertas (petróleo y carbón). Incluso el control del huracán, que puede liberar la energía de un centenar de armas nucleares, supera nuestra tecnología. […]
Aunque nuestra civilización es todavía bastante primitiva, ya empezamos a ver señales de una transición. Cuando observamos los titulares, veo continuamente recordatorios de una evolución histórica. En realidad, me siento privilegiado de ser testigo de ello:
- Internet es un sistema telefónico emergente de tipo I. Tiene capacidad de convertirse en la base de una red de comunicación planetaria.
- La economía de la sociedad de tipo I será dominada no por naciones, sino por grandes bloques comerciales parecidos a la Unión Europea, que se formo a su vez por competencia con la NAFTA.
- La lengua de nuestra sociedad de tipo I será probablemente el inglés. […]
- Las naciones, aunque es probable que existan de algún modo durante siglos, irán perdiendo importancia a medida que caigan las barreras comerciales y el mundo se vuelva más interdependiente económicamente. […]
- Probablemente siempre habrá guerras, pero su naturaleza cambiará con la emergencia de una clase media planetaria más interesada en el turismo y en la acumulación de reservas y recursos que en dominar a otros pueblos y controlas mercados o regiones geográficas.
- La contaminación se abordará cada vez más a escala planetaria. […]
- A medida que los recursos (como la pesca, las cosechas de grano y el agua) se agoten debido al supercultito y al exceso de consumo, aumentará la presión para gestionar nuestros recursos a escala global, ya que en otro caso nos enfrentaremos al hambre y al colapso.
- La información será casi libre, lo que animará a la sociedad a ser mucho más democrática y permitirá a la gente privada del derecho de voto adquirir una nueva voz y ejercer presión sobre las dictaduras. […]
En este sentido, la generación que vive ahora puede ser una de las más importantes que haya habido jamás sobre la superficie de la Tierra; es posible que pueda llegar a decidir si haremos sin peligro la transición a un tipo I de civilización.
Las palabras de Kaku huelen a azufre. Kaku no se olvida ninguna de las peores creencias que nos han traído hasta aquí: el sueño de dominación, la bondad del crecimiento perpetuo, cierto desprecio hacia lo humano, la contradicción lógica, el olvido de la experiencia, el cientifismo, lo posible como único mandato...
Reza un proverbio: “aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco.” Antes de que se inventase el pecado, los griegos ya habían inventado la hibris, la desmesura; una exagerada confianza en uno mismo que conduce a la tragedia. Si algo señala la hibris es la inmensa distancia que media entre nuestro deseo y nuestro entendimiento.
Mumford advirtió la monumental confusión entre conocimientos y comprensión, origen de nuestra locura moderna. Cada vez sabemos más, y cada vez comprendemos menos. No hay duda de que el pensamiento científico está en el centro del equívoco. ¿Sabemos más de las personas que amamos al conocer su composición química, su ADN, sus procesos neurológicos, el funcionamiento del ciclo de la urea, los procesos hormonales, los lugares del cerebro donde sucede cada función, el mecanismo del envejecimiento?
El deseo de dominación se siente amparado por el conocimiento científico como el amante loco se siente amparado por la fregona que toma por su amante. ¿Significa esto que la sabiduría pasa por ignorar el conocimiento científico? En absoluto. Muy al contrario, se trata de no obligar a la ciencia a hacer lo que ni sabe, ni puede hacer; de reconocer que lo que nos ha traído hasta aquí, no puede ser lo que nos saque de aquí. Otras culturas han señalado el deseo como el origen del problema e instan al ser humano a deshacerse de él, o acaso a controlarlo. Ese tampoco es el camino, creo yo.
Si queremos dejar de pensar que no habrá mañana (porque de esto hablamos), el deseo tiene que volver a hablarse con la sabiduría.
Hace unos días me decía Julio: “somos parte de nuestro adversario”. Se me ocurre otra forma de decirlo: somos el poder que el poder tiene sobre nosotros.
Cualquier cambio profundo en el mundo no vendrá de revolución colectiva alguna, ni de consignas, ni de dogmas, ni de mitos. Si hay una revolución pendiente (y absolutamente necesaria), es la que tenemos que hacer cada uno de nosotros. Y no va a ser ni fácil, ni indolora (más bien al contrario). Tenemos que buscar, cada uno de nosotros, ese poder que tenemos y que hemos otorgado al adversario. Ese poder que está en, y bajo nuestras palabras. Empecemos por ellas. Empecemos por repensar nuestro pensamiento, por desenmascararlo. Porque, como decía Julio, tenemos que descolonizarnos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario