30/12/09

El segundo nacimiento

Y Dios los bendijo diciendo: “Sed prolíficos y multiplicaos, poblad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre cuantos animales se mueven sobre la tierra”. Y añadió: “Yo os doy toda planta sementífera sobre la superficie de la tierra y todo árbol que de fruto conteniendo simiente en sí. Ello será vuestra comida. A todos los animales campestres, a las aves el cielo y a todo cuanto se mueve sobre la tierra con ánima viviente yo doy para comida todo herbaje verde”.

Génesis 1:28

Entonces la serpiente dijo a la mujer: “!No, no moriréis! Antes bien, Dios sabe que en el momento en que comáis se abrirán vuestros ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal”.

Génesis 3:4

Por ello le arrojó del jardín de Edén para que trabajase la tierra de la que había sido tomado. Arrojó, pues, al hombre y puso delante del jardín de Edén los querubines y la llama de la espada flameante para guardar el camino del árbol de la vida.

Génesis 3:23


Sobra decir que hemos creado un Dios a nuestra imagen y semejanza: necesitamos ese Dios legitimador de nuestra conducta y de nuestro proceder; un Dios que nos exhorta a llevar a cabo el saqueo del único paraíso que existe.

El Génesis es, a mi juicio, la metáfora más precisa sobre la creación, pero no del mundo todo, sino del mundo de los hombres –de esta parte del mundo que poco a poco se va imponiendo sobre el mundo entero-; la que mejor representa nuestra extraña relación con la naturaleza. Es el relato del momento en que, haciéndonos dueños, nos convertimos en dioses; dioses de un mundo que nos ha expulsado de sí. Es el momento de la distinción, de la distancia y del sometimiento: por ser dioses somos distintos de los otros seres; por ser dioses distinguimos entre el bien y el mal -aunque la naturaleza nada sepa de esta distinción-; por ser dioses dominamos el mundo; pero sobre todo, por ser dioses estamos distanciados del mundo: nuestro acceso al árbol de la vida está vedado. Sabemos hacer uso del mundo, somos capaces de leer algunas de las reglas que lo rigen, pero parece que nos resulta imposible volver a ser parte de él.

En Avatar, de James Cameron, los na´vi -habitantes de Pandora- dicen que todo hombre nace dos veces. Quizás la figura de la resurrección no sea otra cosa que la metáfora de ese segundo nacimiento, de esa vuelta al paraíso, de la comunión de nuevo con todos y cada uno de los seres vivos o inanimados. No sé si esto es así, pero estoy seguro de que la resurrección nada tiene que ver con la muerte, ni real ni metafórica, y sí con los sentidos, con esos momentos en que comprendemos que todo está conectado con todo, y que la distancia que tratamos de imponer entre nosotros y las cosas es puro artificio, pura ficción que a la larga es posible que haga de nosotros algo insostenible.


Tras el solsticio de invierno llega el nuevo sol y con él la vida comienza ota vez. Celebrémoslo.

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