23/11/08

Lo que no sabemos que sabemos...

De todos modos, aun cuando esta creencia mía sea errónea, me resulta útil (en verdad, no conozco ninguna creencia auténtica, es decir, coherente con la realidad, que arroje resultados prácticos interesantes. Aunque toda creencia es falsa, es decir, no coherente con la realidad de los hechos, en tanto que una creencia es algo limitativo, pobre, incapaz de abarcar toda la rica variedad y dimensionalidad del Universo; pero justamente, por ser limitativa, y mientras no sea descabelladamente delirante –y a veces a pesar de serlo–, la creencia produce un efecto sumamente eficaz, concentrado, en toda acción. De modo que para triunfar en la vida es preciso creer en algo, o sea estar, por definición, equivocado).

Mario Levrero, El discurso vacío, Caballo de Troya, Madrid, 2007.

Hace unos meses, podíamos leer en el diario Público un artículo en el que se mencionaba un estudio del profesor de la universidad de Salamanca Jaume Masip acerca del funcionamiento de las creencias en nuestro pensamiento.

Si el discurso de Levrero se interesa por la relación entre creencia y acción, y el estudio de Masip por la relación entre creencia y verdad, ambos pasan por alto algo fundamental de la mayoría de nuestras creencias: su invisibilidad, su transparencia.

Según lo que sabemos acerca de lo que sabemos, podríamos establecer la siguiente clasificación:


– Lo que sabemos que sabemos: conducir, comer bocadillos de calamares.
- Lo sabemos que no sabemos: física cuántica, arreglar un radiador.
- Lo que no sabemos que no sabemos: vaya usted a saber...
- Lo que no sabemos que sabemos...

Si lo primero podría tener que ver con la vanidad, lo segundo con las capacidades –o la pereza–, y lo tercero con la curiosidad, lo último tiene que ver con la trampa: eso que no sabemos que sabemos son nuestras creencias inconscientes: eso a través de lo que pensamos. No son, como a menudo se cree, algo de lo que uno habla, sino el lugar desde el que uno habla, la perspectiva, la posición. No constituyen un catálogo que podamos enumerar de manera consciente, sino un conjunto de conjeturas inconscientes que dan forma al pensamiento. Ninguna conversación debería comenzar sin el ejercicio de toma de conciencia que supone la verbalización de esas creencias, y sin una crítica a estas –basta con transformar en pregunta cada una de las afirmaciones–.

Las creencias, como los principios –y como las ideologías–, no son las verdades axiomáticas –los cimientos– sobre las que construimos nuestro pensamiento, sino los límites que le imponemos a este: no tienen otro sustento en la realidad que la firme convicción del creyente acerca de su veracidad. Se trata de una frontera autoimpuesta que solo puede franquearse si uno renuncia al miedo, si uno acepta que pensar, más que pensar por uno mismo es pensar en soledad.

Pero si las creencias suponen un peligro para el conocimiento, no es menos cierto que cada día más, las creencias en forma de opiniones invaden el terreno de los hechos: que a las tres de la mañana es de noche no está sujeto a opinión, pero hasta aquí llegan ya las hijas de las creencias. El éxito de la opinión frente al argumento no es de extrañar: las opiniones demandan respeto y no hay que molestarse en argumentarlas. Si, todas las opiniones son respetables, siempre que sean eso: opiniones...

De un cuento de Cristina Fernández Cubas, dice Alejandro Gándara: “El ángulo del horror” va de tener cuidado no con lo que miras, sino desde dónde lo miras. Las cosas matan menos que las perspectivas. Y lo peor es que las perspectivas son contagiosas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, mano del ventrilocuo.

Algunas veces me acerco a tu blog a ver que nuevas hay.

¿No seria mas correcto decir que las creencias son "lo que creemos saber"?

Que verdad eso de que las cosas matan menos que las perspectivas.

La mano del ventrilocuo dijo...

No me refería, Anónimo, a las creencias de las que somos conscientes, sino a esas otras de las que no somos coscientes.

Un ateo ha abandonado la creencia consciente: niega a Dios, y piensa por ello que ha descristianizado su pensamiento. !Qué equivocado está!

El pensamiento del ateo seguirá impregnado de cristianismo a menos que este se esfuerce por identificar el poso que este ha dejado en forma de todo tipo de creencias y mecanismos mentales -podríamos hablar de la culpa, por ejemplo-, y someta esas ideas a la crítica.

Ayer hablaba con una persona que se definía como atea. Esta persona cuestionaba la adopción por parejas homosexuales. Su argumento era que existe una supuesta "ley natural" que impide reproducirse a los homosexuales y que eso deberia hacernos pensar. Esa misma "ley natural" es la que impide a un niño sobrevivir a su infancia si nace con una cardiopatía congénita, y a nadie -o a muy pocos- se le ocurriría argumentar en contra de los transplantes de corazón echando mano de esa supuesta "ley natural".

Porque lo que nos hace humanos y nos distingue del resto de las especies no es que nos hayamos enfrentado a "ley natural" alguna, sino que hemos dejado de creer en ella como el capricho y la voluntad de un ente superior para pensar en ella en términos de un conjunto de leyes físicas accesibles a la razón: esta es la distancia que separa la "ley natural" del creyente de la "ley natural" científica. O dicho de otro modo: ¿un transplante de corazón no es algo natural? ¿lanzar un cohete al espacio no es natural? ¿la descomposición del átomo no es natural?

Pero me desvío: lo importante, Anónimo, es que detrás de esa idea de la "ley natural" de la que hablaba mi amiga atea se esconde la muy religiosa creencia de un "poder sobrenatural" al que debemos respetar y cuyos límites no debemos traspasar. Esa "ley natural" se parece, sospechosamente, a la idea del Dios cristiano; no es más que una creencia religiosa agazapada en la mente de un ateo.

Es a este tipo de creencias a las que me refería con este post.

Director dijo...

Acabo de leer una anotación que viene a colación de esto. Salu2.

http://pablorpalenzuela.wordpress.com/2009/01/04/solo-en-la-oscuridad/