“La esperanza de vida de los españoles supera los 80 años”
¿Una vida más larga es una vida mejor? ¿La esperanza en la vida es sumar una velita más? Caemos en la trampa del titular porque no hemos sido educados para cuestionarlo todo; y porque además, muchas veces, aunque sepamos, preferimos no hacerlo para no ver las brechas por donde se nos escapa la vida mientras miramos el saldo de la cuenta corriente, los anuncios de coches, o un futuro ascenso profesional. Dejando a un lado la evidente falacia que supone extrapolar a cualquier español de cualquier edad una media que se calcula a partir de la edad de los finados durante un año –sin tener en cuenta las diferencias en la alimentación, los hábitos físicos, el estrés, o la contaminación de todo tipo–, la definición del concepto “esperanza de vida” es una muestra más de cómo en la vida el envoltorio amenaza permanentemente con suplantar a la sustancia. Se trata de una definición hecha para olvidar que si llegamos a esos ochenta años lo haremos habiendo dejado buena parte de ellos en trabajos vividos como un tercer grado carcelario con permiso para dormir en casa, en atascos interminables, aplazando la vida hasta un contrato decente que nunca llega, hasta el final de una hipoteca a cuarenta años, hasta una jubilación demasiado lejana y demasiado precaria; una vida que es arena escurriéndose entre los dedos. Un anuncio de una empresa de estética plantea hoy la siguiente pregunta:
“¿45 o 35?”
El mensaje es claro: lo importante no es vivir como si uno tuviera cualquier edad, sino aparentarla aunque se vivan unos dóciles cuarenta y cinco. He oído muchas veces eso de que, al final, lo que todos queremos es “vivir mejor”. Es cierto, pero esto se dice como si ese vivir mejor al que uno aspira no fuese un producto de la educación, como si fuese inmune a la propaganda de todo tipo –comercial y política–, como si no estuviese sometido, en definitiva, a un asedio permanente por parte de aquellos que tratan de convencernos de que ese vivir mejor pasa por entregarnos a aquello que los hará a ellos más poderosos, más ricos, y quizás también más inhumanos.
Una recomendación literaria: El padre de Blancanieves, de Belén Gopegui, editado por Anagrama. Posiblemente no les hará más felices, pero sí más libres.
“¿45 o 35?”
El mensaje es claro: lo importante no es vivir como si uno tuviera cualquier edad, sino aparentarla aunque se vivan unos dóciles cuarenta y cinco. He oído muchas veces eso de que, al final, lo que todos queremos es “vivir mejor”. Es cierto, pero esto se dice como si ese vivir mejor al que uno aspira no fuese un producto de la educación, como si fuese inmune a la propaganda de todo tipo –comercial y política–, como si no estuviese sometido, en definitiva, a un asedio permanente por parte de aquellos que tratan de convencernos de que ese vivir mejor pasa por entregarnos a aquello que los hará a ellos más poderosos, más ricos, y quizás también más inhumanos.
Una recomendación literaria: El padre de Blancanieves, de Belén Gopegui, editado por Anagrama. Posiblemente no les hará más felices, pero sí más libres.
Y por cierto, ¿cuál es tu esperanza de vida?