El 2013 llegó mientras daba buena cuenta de un bocata de
lomo y una coca cola en el campo base del Aconcagua. Releía en aquellos días En
los oscuros lugares del saber, de Peter Kingsley. Para empezar la crónica del
viaje usé un texto del libro, misterioso como un koan -que señala el camino y
oculta el secreto-:
“Por lo general, cuando algo nos es ajeno se debe a
que no guarda ninguna relación con nosotros, ni nosotros con ello. Sin embargo,
lo que nos resulta menos familiar es lo que tenemos más cerca y hemos
olvidado."
¿Qué es eso que tenemos más cerca y hemos olvidado? A menudo
subrayo frases que no entiendo. Las guardo a la espera de que encuentren su sitio.
Elegir esa cita era una forma de predisponerse a escuchar la voz de lo
olvidado. Meses después de Kingsley llegó William Blake y su Voz del Diablo:
"El Hombre no tiene un Cuerpo distinto de su Alma; pues
lo que llamamos Cuerpo es una porción de Alma discernida por los cinco
Sentidos, las puertas principales del Alma en esta era".
Kingsley formula la pregunta. Blake señala el camino...
Hace un tiempo distinguía Alejandro Gándara entre derrota y
fracaso. Sobre el fracaso decía:
"Resulta que no te ha salido bien y tú lo sabes. No
importa lo que te digan. Tú lo sabes. (Claro que vas a buscar la aquiescencia
por los alrededores y que vas a mentirte cuanto puedas, lo que pasa es que de
todos modos vas a enterarte de que no eras tan bueno como pensabas). He aquí el
fracaso. Y con eso hay que ponerse a lidiar, cosa que a nadie le gusta y que
muy pocos hacen (si es que hay alguno). En mi opinión, de esta falta de valor
para encarar la propia insuficiencia procede gran parte de la miseria y de la
maldad de los individuos."
En algún momento uno se da cuenta de que esa sensación de
fondo que nos acompaña a menudo, parecida a la tristeza o a la melancolía, no
tiene nada que ver con lo que ocurre fuera, sino con lo que está dentro y no dejamos
crecer. La tristeza no es otra cosa sino la voz de esa parte ignorada; de lo
que tenemos más cerca y hemos olvidado. Y el fracaso tiene mucho que ver con eso.
Fracasar es no dejarse ser, aceptarse incompleto, persistir en el olvido... Hay
un camino alternativo: usar el fracaso como impulso para saber quién eres, y
darte la oportunidad de serlo.
Sospecho que lo que necesitamos está ya en
nosotros. Para
encontrarlo solo tenemos que aprender a mirar, aprender a escuchar,
aprender a
respirar. Este ha sido un año de incertidumbre, de soledad a veces, de
claridad
otras, de errores y equivocaciones, de casualidades y sorpresas, de
descubrimientos, de apertura y aprendizaje, pero también de momentos de
atención plena en los que por un instante desaparece el yo que nos
separa del mundo y con él la tristeza. En aquella montaña
encontré la motivación, y quizás también ciertas claves, para empezar la
búsqueda de esa mitad olvidada. Kingsley y Blake señalaban la dirección
en la
que había que moverse: hacia el cuerpo, hacia los sentidos, hacia la
tierra.
Dudo mucho que haya completado la tarea, pero nos movemos.
El año pasado traje aquí un cuento de Italo Calvino. Este
año os dejo una carta de Laurie Anderson, la compañera de Lou Reed. Como en el
cuento de Marco Polo y el Gran Kan, la carta de Laurie es una invitación a descubrir
todo lo milagroso que hay en lo cotidiano, a ver todo lo bueno y lo bello que
nos rodea, y que tanto empeño ponemos en pasar por alto: