Ya se va notando en la cocina de TVE el aroma
al menú que el comisario político Somoano venía cocinando en Telemadrid, con
ETA como plato estrella. No importa que la ETA que le toca cocinar a Somoano
huela a muerto, porque el congelador televisivo está repleto de documentales
que, si bien ya saben algo rancio, sirven para seguir ofreciendo el exitoso
menú, con txalaparta de acompañamiento musical de fondo.
No me voy a extender sobre la insistencia con
que los análisis de sangre de la derecha muestran un notable y endémico déficit
democrático. Lo que me interesa señalar es cómo la predilección de la derecha
por ETA y sus víctimas, lejos de probar su compromiso con la libertad y la
democracia, prueba exactamente lo contrario.
No es el Mal al que nos enfrentamos lo que
determina nuestra talla moral; es la elección de ese Mal lo que nos califica. O
sea, no es la posición de la derecha frente a ETA lo que demuestra su
compromiso democrático; es el hecho de que esa elección oculte otra lo que
demuestra su bajeza moral. Exhibir su compromiso democrático frente a ETA
permite a la derecha no abordar su falta de compromiso a la hora de condenar el
franquismo (en términos de democracia, un Mal incomparablemente mayor). Cuanto
más alardea la derecha de defensa de las víctimas de ETA, más patente es su
desprecio por las otras víctimas.
La derecha española ha sido históricamente
reacia a condenar el régimen franquista y sus crímenes durante y después de la
Guerra Civil. Su sospechosa postura sería algo así como un “no hace falta
condenarlo, ya pasó”. No es de extrañar esta postura, dada la continuidad
ideológica, familiar, e incluso afectiva. Una gran mayoría de la derecha sigue
viendo en el franquismo aquel régimen autoritario pero benigno y paternal
encarnado en las narraciones de la propaganda del NODO. La derecha siempre ha
sido muy comprensiva con aquel régimen fascista (o usando el lenguaje moral
católico de moda, ha mostrado un notable relativismo moral al respecto).
Se trata de un conflicto difícil de resolver:
no se puede confesar lo que realmente se piensa sobre el pasado reciente de
España, pero al mismo tiempo uno se ve a sí mismo con la misma estatura moral
que cualquier otro, y se siente herido por no ser reconocido como tal. Y es
aquí donde comisarios políticos como Somoano han sido capaces de proporcionar a
las huestes de la derecha una fuente de legitimidad y talla moral capaz de
resolver semejante conflicto (una falsa resolución, claro está).
Como la resolución del conflicto en términos
de autocrítica y de ruptura con el franquismo y lo que este supuso, es un
imposible, los ideólogos de la derecha han convertido a ETA en la encarnación
de lo que el franquismo supuso para el resto de ciudadanos, empezando por
adjetivarla con el término “fascista”. Fue Aznar el artífice de la ruptura sin
ruptura de la derecha con el franquismo. Aznar y su gente sabían bien que una
batalla está casi siempre perdida si la plantea el adversario, y casi siempre
ganada si la plantea uno. Así, sabedores de que la batalla por la legitimidad
democrática alrededor del franquismo estaba perdida, tuvieron la habilidad de
plantear esa batalla alrededor de ETA. Como estrategas hay que reconocer su
mérito. Como personas, hay que señalar su maldad.
Así, ETA funciona para la derecha como el
régimen franquista funciona para la izquierda: un Mal que nos permite demostrar
la talla moral; el anclaje en el que apuntalar la legitimidad democrática. Solo
que aquí esa demostración tiene un reverso que es más importante que el
anverso: la posición frente a ETA hace aún más patente el silencio de la
derecha frente a los crímenes del franquismo. Lo que no condenamos evidencia
nuestra talla moral tanto más como lo que condenamos. Los combates que rehuimos
dicen de nosotros tanto como los que afrontamos.