27/7/11

Maiakovski en América

Aprovechándome de la ausencia de muchedumbre en el viaje de vuelta, intenté organizar mis impresiones más importantes de los Estados Unidos:


Primero. El futurismo de la tecnología desnuda, del impresionismo superficial de humos y cables que tenía el gran papel de revolucionar la mentalidad estancada, impregnada del mundo campestre, ese futurismo primitivo está totalmente consolidado en los Estados Unidos.

Aquí no tienes que hacer llamamientos ni proclamas. Solo queda transportar Fordsons a Novorossiyisks, tal y como lo hace Amtorg.


A los trabajadores del arte se les presenta el reto de LEF: no celebrar la tecnología, sino domarla en nombre de los intereses de la humanidad. En vez de dedicarse a la admiración estética de las escaleras metálicas contra incendios de los rascacielos, hay que resolver el problema de la vivienda.


¿Qué tiene el automóvil de especial…? Hay muchos: ha llegado el momento de pensar en qué hay que hacer para que no ensucien el aire.


No es cuestión de construir rascacielos en los que es imposible vivir pero la gente vive.


Las ruedas de los trenes elevados que pasan volando escupen polvo, y parece que pisan tus orejas. En lugar de cantar al estrépito, hay que poner silenciadores: los poetas tenemos que poder hablar en el vagón. Están el vuelo sin motor, el telégrafo sin cable, la radio, los autobuses que desplazan tranvías que corren sobre raíles, el metro que ha ocultado todas las apariencias bajo el suelo.


Tal vez la tecnología de mañana, incrementando las fuerzas por millones, vaya por el camino de la liquidación de las obras, del estrépito y de otras apariencias del reino tecnológico.


Segundo: La división del trabajo aniquila la calificación humana. El capitalista selecciona y separa un porcentaje de los obreros que le cuesta caro (mano de obra cualificada, líderes de sindicatos amarillos, etcétera) para después tratar al resto de los trabajadores como una mercancía inagotable.


Si queremos, vendemos; si queremos, compramos. Si no queréis trabajar, esperaremos; si declaráis una huelga, cogeremos a otros. Recompensaremos a los sumisos y a los talentosos; a los insumisos los esperan los palos de la policía del Estado, los máuseres, y los colts de los detectives de las agencias privadas.


La astuta segregación de la clase trabajadora en obreros y privilegiados, la ignorancia de la gente obsesionada por el trabajo que después de la jornada laboral bien organizada ni siquiera tiene fuerzas para pensar, el bienestar relativo del obrero que gana el mínimo vital, la esperanza vana de una futura riqueza que se nutre con las historias bien pintadas de limpiabotas que llegan a ser multimillonarios, unas auténticas fortalezas militares instaladas en las esquinas de numerosas calles y la amenazadora palabra “deportación” aplazan considerablemente cualquier tipo de expectativas de explosiones revolucionarias en los Estados Unidos. Aunque tal vez un día la Europa revolucionaria se niegue a pagar alguna deuda… o los japoneses empiecen a cortar las uñas de la manaza extendida a través del océano Pacífico. Por eso la asimilación de la tecnología estadounidense y los esfuerzos con el objetivo de un segundo descubrimiento de América –para la URSS- es la tarea que tiene que cumplir cualquier persona que viaje por los Estados Unidos.


Tercero: Tal vez sean fantasías. Los Estados Unidos acumulan demasiada grasa. Toman a la gente que tiene un par de millones de dólares por unos jóvenes principiantes con recursos limitados. Entregan créditos a quién sea: incluso al Papa, que compra el palacio de enfrente para que ningún curioso ni por sus ventanas papales.


Ese dinero sale de todas partes, incuso de la cartera poco poblada de los trabajadores estadounidenses.


Los bancos hacen una publicidad muy agresiva de los depósitos para obreros. Poco a poco, esos depósitos crean la convicción de que hay que preocuparse por los intereses y no por el trabajo.


Los Estados Unidos se convertirán en un país exclusivamente financiero, usurero. Los antiguos trabajadores que tienen aún deudas por el automóvil comprado a plazo y una casa microscópica, tan regada con el sudor que no es extraño que haya crecido hasta la segunda planta, esos antiguos trabajadores pueden creer que su tarea consiste en vigilar que su dinero no desaparezca.


Es posible que Estados Unidos se conviertan en su totalidad en los últimos defensores armados de la causa desesperada de la burguesía. Entonces, la historia podrá escribir una buena novela parecida a La guerra de los mundos, de Wells.


El propósito de mi ensayo es impulsar el estudio de las debilidades y fortalezas de los Estados Unidos en vistas de una lucha lejana.


Rochambeau entró en El Havre. Unas casitas analfabetas que solo saben contar plantas con los dedos. Un puerto a media hora de la ciudad. Cuando todavía estaban echando las amarras, la costa se pobló de minusválidos andrajosos y con chiquillos.


Les tiraban centavos inútiles desde el vapor (se dice que eso “trae suerte”) y los chiquillos, empujándose, acabando de desgarrar con dientes y dedos sus camisas plagadas de agujeros, luchaban por las monedas de cobre.


Los engreídos estadounidenses se reían desde la cubierta y sacaban fotografías.


Esos mendigos se me presentan como un símbolo de la Europa del futuro si no de arrastrarse ante el dinero de los Estados Unidos o a la vista de cualquier dinero.


Viajamos hacia París. Taladrando con túneles las montañas interminables que atravesaban el camino.


En comparación con los Estados Unidos, las casas parecían unas chabolas miserables. Cada palmo de tierra había sido conquistado con una lucha milenaria, agotado por siglos y usando con mezquindad avara para cultivar violetas o lechugas. Pero incluso ese apego a la casa, a la tierra, a lo suyo, despreciable y premeditado durante siglos, ahora me parecía una cultura extraordinaria en comparación con el régimen de campamentos provisionales, con el carácter rapaz de la vida estadounidense.


En cambio, hasta Rouen, en las interminables carreteras flanqueadas de castaños, en la región más poblada de Francia, solo nos cruzamos con un automóvil.



Fragmento de América, de Vladimir Maiaovski, libro publicado en 1926.

En España ha sido editado recientemente por Gallo Nero ediciones, con traducción de Olga Korobenko.

5/7/11

Discurso de Robert Kennedy acerca del PIB

Hace mucho tiempo que pienso en escribir un post sobre el significado del Producto Interior Bruto y la falta de sentido de medir eso que este indicador mide. En su momento pensé en definir, por contraposición, algo así como el Producto Interior Delicado. Hasta ahora no encontré la inspiración y las palabras, al menos mis palabras, pero gracias a mi amigo Angel, he encontrado estas otras, pronunciadas por Robert Kennedy el 18 de Marzo de 1968. Aquí os lo dejo:

http://www.youtube.com/watch?v=cGTatMlEHU0

"Nuestro PIB tiene en cuenta, en su cálculos, la contaminación atmosférica, la publicidad del tabaco y las ambulancias que van a recoger a los heridos de nuestras autopistas. Registra los costes de los sistemas de seguridad que instalamos para proteger nuestros hogares y las cárceles en las que encerramos a los que logran irrumpir en ellos. Conlleva la destrucción de nuestros bosques de secuoyas y su sustitución por urbanizaciones caóticas y descontroladas. Incluye la producción de napalm, armas nucleares y vehículos blindados que utiliza nuestra policía antidisturbios para reprimir los estallidos de descontento urbano. Recoge […] los programas de televisión que ensalzan la violencia con el fin de vender juguetes a los niños. En cambio, el PIB no refleja la salud de nuestros hijos, la calidad de nuestra educación ni el grado de diversión de nuestros juegos. No mide la belleza de nuestra poesía ni la solidez de nuestros matrimonios. No se preocupa de evaluar la calidad de nuestros debates políticos ni la integridad de nuestros representantes. No toma en consideración nuestro valor, sabiduría o cultura. Nada dice de nuestra compasión ni de la dedicación a nuestro país. En una palabra: el PIB lo mide todo excepto lo que hace que valga la pena vivir la vida."


Tomado del libro "El arte de la vida" de Zygmunt Bauman; Ediciones Paidós Ibérica SA, 2009