2/5/11

¿Cuánto mide una tumba?

Estos días echan en la tele una serie de documentales sobre la construcción de las pirámides egipcias. Un grupo de profesores y estudiantes de una universidad de ingeniería civil de los Estados Unidos, trata de analizar la construcción en busca de hipótesis razonables sobre las técnicas constructivas empleadas. Discuten, por ejemplo, si el transporte de los materiales se realizaba mediante una única rampa longitudinal, o mediante una perimetral, o sobre la cantidad de hombres que eran necesarios para arrastrar uno de los bloques de piedra. Sean los métodos constructivos, sean los jeroglíficos, sean las distintas cámaras mortuorias o pasillos y canales, las preguntas que a menudo se formulan sobre las pirámides suelen ir en esa dirección: ¿cuál era la función de tal o cual elemento? ¿cómo realizaron tal o cual tarea?


Son preguntas pertinentes para una edificación formada por unos 2.300.000 bloques de piedra, cuyo peso medio es de dos toneladas y media por bloque, construida hace cuatro mil quinientos años por miles de hombres durante un periodo de veinte años. Nos asombramos antes las pirámides, pero se trata de un asombro cuantitativo -¡qué grande!-. Ahora bien, a todas esas interesantes cuestiones, uno puede añadir una más que provoca un asombro de distinta naturaleza: ¿cuánto mide una tumba?


Al formular esta pregunta, todas las anteriores pasan a un segundo plano, y el asombro se desplaza hacia otro lugar: ¿miles de operarios para colocar más de dos millones de enormes bloques de piedra durante veinte años para construir la tumba de un solo hombre? Esta es una de las preguntas que formula Lewis Mumford en El mito de la máquina, un texto que desarrolla una mirada tan atípica como lúcida sobre nuestro pasado como especie desde los primeros balbuceos hasta los cohetes espaciales, y que revela aspectos fundamentales de lo que subyace bajo lo que vemos. Siguiendo con las pirámides: el gran invento de los egipcios no fue semejante construcción, sino la máquina social necesaria para abordar una tarea como esa.


Como todo los textos verdaderamente iluminadores, el de Mumford permite ver lo común que hay bajo lo aparentemente distinto. Estamos convencidos de vivir en una época distinta a la que dio lugar a las pirámides. Lo que afirma Mumford es que no, que hoy las pirámides son otras, pero existen, porque así lo exige lo que él vino a denominar la “megamáquina”: un tipo de orden social que antepone el desarrollo tecnológico y científico a cualquier otra consideración digamos humana.


Hoy la pirámide se llama economía: podemos dedicar tanto tiempo como queramos a discutir sobre los aspectos técnicos de esta nueva pirámide, a condición de no preguntarnos acerca de lo fundamental: su sentido. Cómo sucedía con las pirámides -aunque de forma más sutil ahora- uno intuye que existe una desproporción creciente entre la función que realiza el sistema -digamos la satisfacción de necesidades-, y la solución para satisfacerlos -que demasiado a menudo consiste precisamente en no satisfacerlas-. Sucede con nuestro sistema económico lo mismo que sucedía con las pirámides: su gigantismo y desproporción como respuesta a una función, es una amenaza para quienes construimos estas pirámides modernas. Algún día nuestros sucesores se preguntarán asombrados cómo pudimos estar tan ciegos.


p.d. un saludo a un nuevo blog amigo –escribiendo en los márgenes-.