29/9/10

Kanikosen, el pesquero

En las guerras, el que gana impone su narración; en la política, el que impone su narración, gana.

Desde la crisis financiera de hace dos años, el poder económico y la izquierda han tratado de construir primero, e imponer después, sus respectivos relatos. Y en ambos casos han tratado de construir su discurso como un enfrentamiento entre el “podría” y el “debería”.

El poder económico ha tratado de convencernos, con todos los medios a su alcance, o sea, los de comunicación, de que la situación “podría” ser peor de no seguir una determinada hoja de ruta que pasa por el empobrecimiento de los trabajadores, y por la pérdida de derechos. Y al mismo tiempo trata de convencernos de que el sindicalismo, o sea, la organización colectiva de los trabajadores, “debería” ser mucho más virtuosa de lo que es, más adaptada a los tiempos, más comprensiva con la realidad según la entiende el poder.


La izquierda, por otro lado, trata de explicarnos que el poder político “debería” cambiar las reglas del juego para evitar la repetición de la crisis financiera, y ha dejado de lado el “podría”.


El “podría” es el discurso de la imaginación, y el “debería” es el de la moral, o sea, lo real frente a lo abstracto. Y en esa batalla siempre se impone lo real (porque la realidad, no lo olvidemos, es una construcción de la imaginación). Y por eso esta guerra la va a ganar el poder económico.


La izquierda ha sido totalmente incapaz de construir una narración del mundo que “podría ser” si el poder económico triunfa; ha sido incapaz de contar las historias de los trabajadores de dentro de cinco años, o de diez, o de veinte, mientras que el poder económico sí ha sido capaz de inculcar el miedo al mundo que “podría ser” si no seguimos sus indicaciones. Así que, en un momento en el que deberíamos estar apedreando sucursales bancarias, el descontento se vuelve hacia los sindicatos.


Quien escribe no sabe hacia donde vamos, pero sí sabe de dónde venimos; venimos del pesquero Kanikosen.


En 1929, Takiji Kobayashi escribió “Kanikosen, el pesquero”, un relato durísimo acerca de las condiciones laborales a borde de un buque factoría que faena cerca de la isla de Sajalín. Un trabajo de hambre, maltrato físico y brutalidad, jornadas de trabajo agotadoras e interminables, arbitrariedad, enfermedad, malnutrición y muerte. Kobayashi fue torturado y asesinado por su militancia comunista a los veintinueve años de edad. Esta era la narración entonces:


“Algún directivo inteligente había atado cabos y ligado la empresa a los “intereses del Imperio japonés”. Y sumas ingentes de dinero iban a parar a sus bolsillos. Y, entonces, dentro de su automóvil, pensaba que, para sacar más provecho, presentaría su candidatura a diputado. Exactamente en ese mismo momento, los trabajadores del Chichibu Maru, a miles de millas de distancia, en el oscuro mar del Norte, como un pedazo e cristal roto, se enfrentaban al viento y a las afiladas olas. “!Luchando a vida o muerte!”, pensaba el estudiante mientras descendía las escaleras en dirección a la letrina. “Y eso no es algo que le pase a otra gente”, se decía.”


Unos pocos millones de privilegiados ya no trabajamos en el Kanikosen. En el resto del mundo, cientos de millones de personas siguen en ese barco, y nosotros pensamos, ingenuamente, que nunca volveremos a subir a bordo. Mientras, otros piensan cómo sacar partido de esa ingenuidad.

11/9/10

Sobre presencias y ausencias

Hace algo más de un año, eligiendo diez palabras, dudaba entre pérdida y ausencia. Elegí, con acierto, pérdida, y hablaba de ella como un filo hiriente cuyas caras son la presencia y la ausencia. Decía, también, que en toda ausencia hay una presencia, y que en toda presencia hay ya una ausencia.


Un año después, aquellas palabras cobran todo su sentido. De alguna manera se han encarnado, y esa carne dolorida es la mía. La memoria trae, de golpe, todo lo que ya no está, todo lo que se fue, y el dolor es inmenso. Y uno se pregunta por qué. No por qué se fue (que también), si no por qué su presencia ahora, por qué ese afloramiento de lo que estaba ya cubierto de polvo y tierra. Y la única explicación que encuentro es que solo desde lo insoportable se puede progresar; que sin ello uno transita pero no avanza; que es en el dolor más grande donde uno tiene que decidir si se salva o se condena. Y aquí estoy, caminando por la línea que separa los dos mundos…