21/10/09

Sin dinero

Como divinidad que ha ido perfeccionado su esencia hasta casi convertirse en materia espiritual, el dinero es de naturaleza proteica y puede ser la metáfora de todas las cosas; es todas las cosas: es todo lo otro (o todo en lo que se puede convertir), y al mismo tiempo es la Nada si lo sacamos de su propio sistema. Por eso el dinero puede convertirse en una mística y provoca amores tan absolutos como el amor a uno mismo o el amor a Dios. E igual que Dios y otros grandes símbolos, el dinero cambia de actitud y hasta de naturaleza según sea la época y las gentes que lo administran. En épocas apacibles el capital se vuelve apacible, y en épocas impacientes como la nuestra se vuelve terriblemente impaciente, como postula Sennet, y, dentro de su presunta seguridad ontológica, provoca oleadas de inseguridad como las que provocaba Poseidón cuando quería marear a Ulises.

Las experiencias del deseo
Jesús Ferrero
Editorial Anagrama

En su día Hanna Arendt acuñó el término totalitarismo para referirse a los regímenes fascistas y comunistas que, durante los años treinta y cuarenta, habían teñido todos y cada uno de los aspectos de las sociedades donde se dieron, sin dejar un solo rincón: todo, desde la economía a las relaciones íntimas, había de ser sancionado con el correspondiente sello para poder ser: la familia nazi, la industria textil nazi, la escuela nazi, la ciudad nazi, el hombre y la mujer nazi. Es esa imposibilidad de ser más allá de los muros lo que conduce a Arendt a acuñar el exitoso término.

Creo, sin embargo, que se trata de un término, si no erróneo, si al menos equívoco: todos los regímenes político-económicos lo son. También el capitalismo y su correlato, la democracia representativa. Porque ningún sistema político puede construirse sobre la duda de su superioridad, de su, podríamos decir, cuota mayoritaria de Verdad.

Como muy acertadamente señala Ferrero, el dinero –el símbolo y a la vez la metáfora del capitalismo-, puede serlo todo; todo menos su ausencia… El capital no puede permitir espacios sin dinero: todo ha de ser “convertible” a dinero, todo ha de tener un precio, porque una cosa sin precio es una sima que se abre en los cimientos del sistema.

El capitalismo -como en su día el comunismo y el fascismo- es una sustancia gaseosa que tiende a ocuparlo todo, que niega la posibilidad de una vida extramuros, que combate los márgenes, porque los sistemas, de algún modo, son plenamente conscientes –lo son- de que basta con una grieta para que el monolito se derrumbe. La diferencia entre unos y otros es el método para achicar espacios, para reducir los márgenes: comunismo y fascismo usaron primero la presión y luego la desaparición; el capitalismo uno más sutil, pero no por ello menos efectivo: la incomprensión, el vacío…

El que trata de vivir al margen ha de renunciar a la comprensión: le está permitido vivir dentro de los muros –si bien con severas restricciones-, pero a condición de ser silenciado: a aquel que cuestiona el dinero no le está permitido explicarse, todos están obligados a verle como al demente, como al violento incluso, y todos están obligados a ensordecer cuando habla. El capitalismo es, si se quiere, menos expeditivo en la condena: se desaparece solo de la polis -y solo en los casos extremos se recurre a la desaparición del mundo-. De una u otra forma, quien quiere abrir un hueco en los márgenes ha de hacerlo perdiendo su condición de ciudadano.

De nuevo el ostracismo como solución para el disidente –para el disonante-. No podía ser de otro modo en la pulcra civilización que se dice heredera de aquella que envenenó al filósofo.

En El lado frío de la almohada (Ed Anagrama), dice Belén Gopegui:

Solo una vez le dije: ¿cómo acumularemos otra imaginación, otros secretos?

¿Cómo vamos a reemplazar, se lo pregunto a usted ahora, este bien colectivo destrozado durante los siglos y siglos en que los fuertes han estado pidiendo la canción? Ni siquiera piden lo que quieren oír sino que dejan claro lo que no quieren, y si a usted le invitaran a dar unas clases magistrales en alguna excelente universidad o fundación, usted sabría.