20/2/09

Niños, no bienvenidos

Hacia el final de Caótica Ana -de Julio Medem- un guerrero toma el hacha y asesina a una mujer mientras baila enloquecido una danza siniestra: lo masculino-destrucción tratando de destruir a lo femenino-creación. No hay nada en la escena que permita explicar el asesinato: ni venganza, ni locura; se trata solo de dos fuerzas de la naturaleza enfrentándose entre sí.

Dice Belén Gopegui que la política en la novela es “un pistoletazo en medio de un concierto”. Algo similar podría decirse de la maternidad en la empresa. No se trata, no hace falta decirlo, de disminución alguna en el rendimiento laboral; sencillamente, sucede que la maternidad irrumpe en la empresa como una pregunta intolerable: a quienes viven entregados a un yo del conquistar, del tener, del competir, del destruir -cosas y personas-, a la soberbia, la codicia, la vanidad, la ira... les dice: ¿qué hacéis? Porque la maternidad es un dar sin pedir, un dar sin medida. Su simple presencia es suficiente para que la imagen que el narcisista ve en el espejo se deforme hasta avergonzar al reflejado. Su llegada significa la suspensión inmediata de la ficción. Por eso, no importa cuánto sacrifique la mujer, porque no habrá conciliación posible: solo se permiten los hijos a condición de renunciar a la maternidad. Solo si la mujer acepta ser un guerrero más, puede continuar en la empresa.

Es por eso que el guerrero mata a la mujer: para él, la imagen de la maternidad es sencillamente insoportable.

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8 robles
12 castaños
6 cerezos
3 nogales
3 fresnos
3 manzanos
1 ciruelo
1 peral